La luna llena colgaba sobre el palacio como un ojo plateado, observando cada movimiento entre los muros de jade y mármol. Aisha no podía dormir. La noche se había sumergido en una paz tan aparente como frágil.
Se levantó de la cama, deslizándose entre las sombras hacia el jardín privado del Pabellón de Invierno. El aire olía a flor de ciruelo y tierra húmeda, pero bajo ese perfume inocente, percibía algo más: el aroma metálico de una tormenta que se avecinaba.
— No deberías estar aquí sola.
La voz la hizo girar.
Ragnar estaba de pie bajo el arco de glicinias, su silueta recortada contra la luz de las antorchas distantes. Solo llevaba una túnica negra holgada que dejaba al descubierto las cicatrices que surcaban su torso. Marcas de guerra. Marcas de su maldición.
— No puedo dormir — admitió ella, acercándose. Se sentía más perdida que nunca, quizás, así como él se sentía.
Él no respondió. En lugar de eso, extendió una mano hacia los ciruelos en flor, donde los pétalos blancos caían como nieve bajo el viento nocturno.
— Cuando era niño — comenzó, en un tono que Aisha nunca le había oído antes — el emperador me trajo aquí y me dijo que los ciruelos florecen en invierno porque son lo suficientemente fuertes para desafiar al frío.
Sus dedos se cerraron alrededor de una rama, como si intentara arrancarla, pero se detuvo.
— Dijo que un príncipe debe ser igual. Florecer cuando todos los demás se hielan.
Aisha sintió un nudo en la garganta. ¿Cuánto dolor escondían esas palabras?
— Pero los ciruelos no eligen florecer, Ragnar — murmuró, acercándose más — lo hacen porque es su naturaleza. Como tú proteges a los tuyos. Como yo...
Él la miró entonces, sus ojos dorados brillando con una intensidad que le cortó el aliento.
— ¿Como tú qué, Aisha?
Ella no apartó la mirada.
— Como yo te protegería a ti, aunque el mundo entero se congele.
El aire entre ellos se electrizó. Ragnar inhaló bruscamente, como si sus palabras lo hubieran golpeado.
— Eres una necia — susurró, pero no había ira en su voz. Solo algo parecido al asombro.Antes de que ella pudiera responder, un ruido los alertó. Alguien más estaba en el jardín.
Ragnar la empujó detrás de sí en un movimiento protector, su cuerpo tenso como un arco listo para disparar.— Salid — ordenó, con la voz de un príncipe acostumbrado a ser obedecido.
Entre los arbustos, una figura emergió. Era Lihua, la concubina más joven del Pabellón de Oro, con los ojos hinchados de llorar y las manos temblorosas.
— P-perdón, Altezas — balbuceó, inclinándose hasta casi tocar el suelo con la frente — no quería molestar...
Aisha se adelantó, ignorando el gruñido de advertencia de Ragnar.
— ¿Qué ocurre, Lihua?
La joven levantó la vista, y lo que Aisha vio en sus ojos la heló: puro terror.
— Ellos... ellos saben de la profecía — susurró Lihua — el primer príncipe... Vladimir... ha enviado mensajeros al Templo de la Luna Creciente. Buscan el 'Ritual del Eclipse'.
Ragnar maldijo entre dientes.
— ¿Qué ritual? — preguntó Aisha, aunque algo en su pecho ya lo sabía.
Lihua tragó saliva.
— Una ceremonia antigua. Para romper la unión entre la luna y el lobo... permanentemente.
Silencio.
El jardín pareció contener la respiración. Hasta el viento cesó.
Ragnar fue el primero en reaccionar.
— Dain — llamó, sin alzar la voz, pero el general emergió de las sombras como si hubiera estado esperando.
— Triplica la guardia en el templo… los lobos fantasmas que comiencen a custodiar a Aisha —ordenó Ragnar — y que Zacarías venga a verme. Ahora.
Dain asintió y desapareció.
Aisha, sin embargo, no podía apartar los ojos de Lihua.
—¿Por qué nos advertiste?
La concubina bajó la mirada.
— Porque... porque yo también creo en la profecía — sus ojos se posaron en el príncipe — hoy más que nunca… es luna llena y tú sigues viva, con el custodiándote como si fueras el tesoro más grande del imperio.
Y entonces, con un movimiento rápido, Lihua le entregó algo: un fragmento de pergamino antiguo, con una ilustración descolorida de dos figuras entrelazadas, una loba y una mujer con cabello de plata; bajo un eclipse sangrante.
— La encontré en los aposentos de Xiang — confesó — ella... ella hará lo que sea para el primer príncipe se convierta en el heredero.
Ragnar arrebató el pergamino, sus ojos escaneando el contenido con furia creciente.
— Maldita sea — respiró — no es solo un ritual. Es un sacrificio.
Aisha sintió el mundo inclinarse bajo sus pies.
La partida había terminado. Y en el cielo, la luna brillaba como una advertencia.
El pergamino crujió entre los dedos de Ragnar, sus bordes desgastados por el tiempo amenazando con deshacerse. Aisha observó cómo sus ojos, dorados como el fuego en la oscuridad, recorrían cada línea del texto antiguo con una intensidad que helaba la sangre.
— ¿Qué dice exactamente? —preguntó, intentando mantener la calma mientras el viento nocturno le erizaba la piel.
Ragnar no respondió de inmediato. Sus labios se apretaron en una línea delgada, blancos por la presión.
— Que para romper el vínculo entre la luna y el lobo... — comenzó, cada palabra saliendo como un latigazo — ...hay que sacrificar a uno de los dos bajo el eclipse.
Un silencio mortal.
Aisha sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Sacrificio. La palabra resonó en su mente como un badajo funerario.
Lihua, aún temblorosa, se aferró a la manga de Aisha.
— Xiang... Xiang dijo que el primer príncipe solo necesita a uno de ustedes. Para debilitar al otro.
Ragnar soltó una carcajada amarga, el sonido tan afilado que hasta las hojas de los ciruelos parecieron estremecerse.
— Claro. Porque mi hermano nunca ha tenido el valor de enfrentarme directamente.
Aisha, sin embargo, no podía apartar los ojos del pergamino. Algo no encajaba.
— Espera — intervino, arrebatándoselo con más fuerza de la necesaria — esto no es solo sobre romper un vínculo. Aquí hay algo más...
Señaló una parte casi borrada por el tiempo, donde unas runas casi ilegibles formaban una frase críptica:
— Cuando la luna beba la sangre del lobo, y el lobo devore el alma de la luna, el eclipse revelará la verdad.
Ragnar frunció el ceño.
— ¿Qué diablos significa eso?
Aisha sintió un escalofrío. Lo sabía. Lo había soñado.
— No es solo un ritual para separarnos — susurró — es una prueba. Para descubrir... si somos lo que ellos creen.
Si eran los elegidos de la diosa y el lobo sanador.
Los pasos apresurados en el sendero de piedra los alertaron antes de que Zacarías apareciera entre los arbustos, su usual sonrisa ausente, reemplazada por una urgencia que Aisha nunca le había visto.
. Hermano, tenemos un problema — dijo, sin aliento — Vladimir ha convocado al Consejo de Ancianos. Alega que tu... afición por la sanadora está poniendo en riesgo el imperio.
Ragnar mostró los colmillos en un gesto feroz.
— ¿Y qué pretende lograr con eso?
Zacarías lo miró directamente a los ojos.
— Que declaren a Aisha una amenaza. Y ya sabes lo que hacen con las amenazas.
Las eliminaban.
Aisha sintió que el jardín entero se inclinaba. Lián y Mei, que habían permanecido en silencio, se acercaron como sombras protectoras.
— Alteza — murmuró Lián, con una determinación inusual — hay un pasadizo secreto que lleva fuera del palacio. Podemos...
— No.
La voz de Ragnar cortó el aire como una espada. Todos se volvieron hacia él.
— No huiremos — declaró, con una calma peligrosa — si mi hermano quiere jugar a los rituales y las profecías, le mostraremos lo que significa despertar a un lobo.
Sus ojos dorados brillaron con algo primitivo, algo que hizo que hasta Zacarías retrocediera un paso.
— Pero...
— Dile al Consejo que mañana, al amanecer, me presentaré ante ellos — continuó Ragnar, ignorando la interrupción — y que llevaré a Aisha conmigo.
Zacarías palideció.
— ¿Estás loco? ¡Es una trampa!
— Claro que lo es — sonrió Ragnar, mostrando demasiados dientes — pero no es para mí. Es para ellos.
Aisha entendió entonces. No iban a esconderse. Iban a atacar.
El viento arremolinó los pétalos de ciruelo a sus pies, como si el propio jardín se preparara para la batalla.
— ¿Qué planeas? — preguntó, aunque ya lo sabía.
Ragnar le tomó la mano, su calor envolviéndola como una promesa.
— Demostrarles por qué esa profecía les debería aterrar.
Y en ese momento, bajo la luna llena, Aisha juró ver algo imposible: la sombra de un lobo gigante, alzándose detrás de Ragnar como un presagio de sangre.
La noche terminaba.
El eclipse comenzaba.
Y ellos, como la luna y el lobo, estaban listos para la guerra.