Los jardines imperiales olían a crisantemos y tierra mojada. Aisha caminaba con paso lento, dejando que la brisa jugara con los pliegues de su túnica color jade. Mei, su doncella más leal, seguía a tres pasos de distancia, cargando un parasol de seda, aunque el sol se escondía tras las nubes. Detrás, Lián y la nueva doncella, una muchacha de rostro redondo llamada Xiu, recogían flores en un cesto de mimbre.
— No deberías morderte tanto el labio —Rocío señaló con su abanico cerrado — vas a hacerte sangre otra vez.
Aisha se detuvo frente al estanque de lotos, donde los peces dorados dibujaban círculos perfectos en el agua.
— Es solo que... — frotó su brazalete de hierro — tres días sin poder verlo. Sin saber si está bien.
Rocío no respondió con palabras. En lugar de eso, tomó su mano y la apretó con fuerza, como si pudiera transferirle su propia seguridad.
— Es Ragnar — dijo al fin, como si eso lo explicara todo.
Y tal vez era cierto. Él era invencible ¿cierto?, él era el temible