Jennie no mentía. Jamás había besado.
La vida no le había dado espacio para eso. Venía de una familia común, de esas que parecían invisibles en la multitud. Su madre había hecho todo sola, sosteniéndola con un sacrificio que Jennie no olvidaba ni un solo día. Por eso estaba ahí, en esa universidad que le abría puertas a un futuro distinto, gracias a la beca completa que había logrado y con el sacrificio de su madre tomando dos turnos en su empleo en Brooklyn para cubrir el boleto de avión. El tiempo para ella se repartía entre los libros, las clases y las horas interminables de estudio. Mientras otras chicas vivían fiestas, romances y escapadas, Jennie encontraba refugio en la disciplina.
No lo lamentaba. Al menos eso se repetía. No estaba en busca de un novio, mucho menos de una relación ocasional. Había decidido que ya habría tiempo, que cuando saliera con el título en mano podría pensar en otras cosas, en los placeres que aún no conocía, en una vida más libre, en darle a su madre la