Luciana estaba paralizada por el miedo mientras veía a Rodolfo acercarse a ella. Él se arremangó las mangas de su camisa sin dejar de caminar. Sus ojos brillaban con furia contenida.
Sabía lo que él iba a suceder, aunque al igual que muchas veces no conocía el motivo, y de todas formas no hizo nada más que esperar lo inevitable.
Correr no serviría de nada, no había un lugar dentro de la casa en la que él no la encontraría y cuando lo hiciera estaría aún más furioso. Suplicar tampoco era una opción, él disfrutaba de sus ruegos y llantos. Se había prometido que nunca más suplicaría sin importar cuanto la lastimara.
Rodolfo la miró divertido y empezó a reír. Esa misma risa que antes le había parecido hermosa, se había convertido en el sonido que más odiaba.
—Mira lo que hiciste —dijo él y señaló hacia abajo.
Luciana no quería mirar, pero no pudo evitarlo. Siguió la dirección en la que él apuntaba y abrió los ojos con pánico al ver el charco de sangre a sus pies. No entendía lo que estaba