Ignazio estaba agotado. Durante la noche había sucedido un accidente automovilístico y habían llegado varios heridos. Entre estabilizar a los más graves y monitorizarlos constantemente, él y su equipo no habían descansado ni un poco.
—Buen trabajo —dijo mirando a las enfermeras—. Nos vemos en unos días.
—Que descanse, doctor. Salude a su esposa de nuestra parte.
Las enfermeras estaban encantadas con Luciana. Ella había ido a visitarlo al hospital en más de un par de ocasiones. Siempre llevaba algunos bocadillos y pasaba un tiempo conversando con ellas.
—Lo haré —se despidió y salió arrastrando los pies.
En cuanto entró a su departamento, el silencio lo recibió.
—Estoy en casa —anunció adentrándose en la sala, pero no recibió respuesta.
El personal no trabajaba los fines de semana, pero esperaba encontrar a Luciana. Ella no tenía clases y tampoco le había avisado que fuera a salir. Tal vez solo se había quedado dormida, algo que no sucedía a menudo. Pese a que tenían una cocinera