Adara
La voz de Nadina fue una súplica, debía de estar con ella. Recordé cuando perdí a mi primer hijo, ella sin pensarlo trasladó su carrera a Italia con tal de cuidarme. Un gesto que nunca tendré cómo pagarle. Porque gracias a ella, a esa muestra de amistad incondicional, mi amiga me mantuvo viva. Literalmente fue así. No solo porque preparaba la cómica y me la daba en la boca. Nadi se convirtió en mi lazarillo mientras caminaba por el valle de la depresión.
Ahora era momento de saldar una deuda, ella me necesitaba y aquí estaría yo para darle una mano. Le había comentado a Julián y él estaba reacio por llevarme, porque, aunque ya paseé el primer trimestre del embarazo, aún no me quitaban las restricciones. Pero no me iba a quedarme en casa. Sería más perjudicial.
—Adara, ¿segura?, yo puedo ir.
—¡No, Julián! Estaré sentada, pero quiero devolverle el favor a Nadina. Deseo apoyarla, necesito hacerlo. Si fuera Althaia quien estuviera en esa situación, estaría desesperada.
—Bien, vamos,