Nadina
Eros llegó al taller, de hecho, el apartamento era uno de esos clásicos, parecía una bodega en un sexto piso. Pero estaba muy bien distribuido, la mitad era mi taller y lo otro una sala cómoda, cocina, dos baños y dos habitaciones, aparte de la zona de lavandería.
—Hola, Divina.
Ya llevaba varias semanas que comenzó a llamarme de esa manera. Y me encantaba. También verlo con su bata de doctor, se veía tan hermoso.
» ¿Ese es el último? —Afirmé y suspiré.
Me tomó por la cintura, me dio la vuelta y nos quedamos mirando lo único que tenía listo; era una lona trabajada y lista para ser usada, transformada. Los besos en mi cuello por su parte me hicieron cerrar los ojos por un momento, sus manos en mi cadera eran movidas lentamente al compás para sobarse contra mis nalgas y sentí su dureza.
» ¿Deben ser colores cálidos? —afirmé.
Besó la parte trasera de mi oreja, y una ráfaga de electricidad recorrió mi cuerpo. Tenía pijama corta de pantalón y blusita, sus largos dedos se metieron