Después de la ceremonia de apareamiento, Carlos estaba como un zombi, completamente al borde del colapso.
Regresó a la Manada Arroyo Piedra y se encerró en la guarida de Román.
La imagen de Elena y Luciano juntos, además de Felipe, quien solía ser tan dulce con él, mirándolo con tanto odio, se repetía una y otra vez en su cabeza como una pesadilla.
Finalmente lo entendió: no solo había perdido a una compañera y un hijo, sino que había perdido la parte más importante de su alma, por lo que el arrepentimiento lo carcomía día y noche, como una víbora.
Comenzó a revivir obsesivamente el pasado; la sonrisa de Elena, su ternura, el hecho de que confiaba en él completamente, los balbuceos de bebé de Felipe, sus pequeñas patas aferrándose a su pelaje.
Cuando decidió vivir como Román, solo podía pensar en Alicia. Pero, ¿por qué ahora, recordar lo feliz que solía ser le causaba tanto arrepentimiento?
—¿Por qué... por qué hice eso en aquel entonces...? —murmuró a las frías paredes de piedra.
Alic