Era tarde y todos los invitados ya se habían marchado.
Luciano tomó mi mano y nos dirigimos a nuestra nueva guarida en la cima del Pico de la Diosa Luna.
La guarida era amplia y cálida, forrada con las pieles de zorro ártico más suaves. La luz de la luna se derramaba por la entrada, bañándolo todo con un resplandor plateado.
—Elena —dijo Luciano, abrazándome por detrás—. Has pasado por mucho.
Negué con la cabeza y me recosté contra su pecho fuerte. —No, Luciano. Mientras te tenga a ti, estoy bien.
—Carlos... no tendrá otra oportunidad de lastimarte —prometió, apoyando su barbilla sobre mi cabeza.
Me volteé para mirarlo, y no pude evitar preguntarle lo que tenía en mente. —Luciano, ¿por qué... por qué yo?
Cuando decidí aparearme con Luciano, me había preguntado cuáles eran sus verdaderas razones; era un Alfa tan poderoso, la estrella más brillante del Norte, podría haber tenido a cualquiera, pero eligió pasar su vida conmigo: una loba viuda con un hijo.
Luciano se rio suavemente, sus de