ARTURO BRUSQUETTI.
Cuando finalmente quedamos solos, pude acercarme a ella con más seguridad.
— ¿Estás bien? — consulto, pero su respuesta no llegó.
No le di el tiempo de responder, ya que la rabia nubló, todo rastro de raciocinio. Giré sobre mis talones, y me encaminé hasta la oficina del presidente de la empresa. No me percaté quién estaba con él en ese momento, pero le tomé de la solapa de su saco, y le di un golpe que lo mandó al suelo.
— ¡Arturo! — exclama mi ex esposa, conmocionada por mi agresivo comportamiento.
— ¿Qué te pasa, idiota? — pregunta confundido el hombre desde abajo.
— No vuelvas a tocarla con violencia — escupo iracundo —. Nadie puede tocarle un solo cabello a Kerianne Bacab.
— ¡Arturo! — Volteo y entonces la veo, con los brazos hechos jarras, fulminándome con la mirada —. Él no me ha hecho nada, y tampoco se lo permitiría.
Observo, una mujer con poca ropa, la secretaria del hombre y mi ex esposa, me observan con molestia.
— Yo pensé…
— Pensaste