—La forma más rápida es encontrar a alguien para un matrimonio falso, adoptar a Sofía y luego divorciarse —pensó Lucía—.
Pero no conozco bien a la gente del pueblo. Si me equivoco de persona, no tendré escapatoria.
Después de meditarlo, solo se le ocurrió un nombre: Alejandro Sánchez.
No sabía si tendría pareja. Parecía ser del tipo responsable.
Pero ¿cómo plantearlo?
Mientras paseaba por el mercado agarrada de la mano de Sofía, seguía dándole vueltas al asunto, tan absorta que no vio a las dos figuras que se acercaban.
—¿Lucía?
Mateo la miró incrédulo.
Había movido cielo y tierra durante dos meses. Finalmente, rastreando su dirección de correo, había encontrado su paradero.
¿Pero a quién llevaba de la mano?
La niña, de voz clara y dulce, parecía tener la edad de Daniel. No podía ser hija suya.
Aliviado, se acercó rápidamente.
Al ver a quienes se acercaban, a Lucía se le heló la sangre.
Sofía notó su turbación. Preocupada, apretó su mano y preguntó mirándola: —¿Mamá?
Mateo, que ya esta