Al caer la noche, Lucía acostó a Sofía y se sentó sola en la puerta, absorta en sus pensamientos.
¿Por qué Mateo había venido? ¿Qué buscaba?
¿Todavía creía que era la misma mujer que volvería con él con solo unas palabras de disculpa?
Su mirada vagó y de repente distinguió una figura familiar al otro lado de la calle.
—Lucía, hablemos en serio —dijo Mateo desde la acera de enfrente, con tono sincero.
Por lo visto, el día en comisaría lo había calmado.
Era necesario hablar, tarde o temprano.
Lucía se levantó y se acercó, manteniendo la distancia: —Habla.
Su actitud distante lo dejó sin palabras.
Nunca antes había dudado tanto.
Al verlo tan desaliñado, con la barba crecida, sintió una punzada de irrealidad.
Cuántas veces había soñado con que Mateo se preocupara así por ella. Ahora el sueño se cumplía, pero era demasiado tarde.
—Lucía, me equivoqué. No debí tener ningún contacto con Camila.
—Vi todo lo que enviaste. De verdad no sabía que te hablaba así a tus espaldas. Si lo hubiera sabid