136.

El grito tan profundo de terror que yo lancé me hirió la garganta. Grité con tanta fuerza y con tanto dolor que estaba segura de que todas las personas dentro de aquel lugar me habían escuchado. La puerta se había cerrado, los disparos habían silenciado cualquier ruido en el exterior, y no había escuchado más que mi propio grito golpeando en mis oídos. Con el corazón acelerado, me puse de pie, pero me temblaban tanto las rodillas que caí nuevamente al suelo. Pero tenía que encontrar el valor para pararme.

La puerta se abrió nuevamente, y el hombre apareció. Me apuntó con el arma a la cara, pero yo sabía que no podía matarme. Sabía que no me mataría porque ya me lo había dicho: Elisa aún me necesitaba con vida. Así que me puse de pie, con toda la adrenalina que me recorría el cuerpo, y salté sobre aquel hombre. Quise golpearlo en la cara, arrancarle los ojos con mis propias uñas. Había matado a mi hijo. También había matado a Nicolás. No pensé en nada más que en mi deseo por hacerlo su
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