123.

Elisa arrastró una silla que tenía unos metros más atrás y se sentó frente a mí, a un metro de distancia. Con un gesto de sus dedos, los hombres que estaban alrededor dieron varios pasos atrás y comenzaron a dispersarse por la bodega, dándonos una especie de intimidad. Lo suficientemente lejos como para que pudiéramos hablar sin interrupciones, pero tampoco tan lejos por si la mafiosa llegara a necesitar ayuda.

— Créeme, cualquier cosa que vayas a ofrecerme no la necesito. Y si la necesito, no necesito que me ayudes. Yo lo tomaré en el momento en el que lo considere necesario — dijo Elisa con esa arrogancia que la caracterizaba.

— ¿Podrías dejar tu maldita arrogancia a un lado de una vez por todas? — le pregunté, sintiendo que la valentía me brotaba de algún lugar profundo — . Sé que eres poderosa, que cuando se te da la gana de hacer algo lo haces, pero no eres invencible. Deja de creerte tantas cosas.

— Yo no me creo tantas cosas — me dijo ella, apretando los puños — . Lo soy. ¿C
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