**Camilo**

La luz de la tarde entraba oblicua por las ventanas de mi oficina en Medellín, acariciando los muebles con ese resplandor dorado que solo esta ciudad sabe ofrecer en días claros. La vista desde el piso alto dejaba ver las montañas, estáticas y solemnes, como si resguardaran algo sagrado. Tal vez lo hacían. Tal vez esta ciudad aún guardaba, en silencio, los fragmentos de lo que fuimos… y las semillas de lo que podríamos ser.

Alejandro y Valentina habían llegado juntos. Él con la mirada atenta, pero relajada. Ella… con esa elegancia tranquila que últimamente parecía envolverla por completo. Mónica ya estaba allí, revisando unos papeles en la mesa de reuniones, su estilo imponente y pulcro como siempre.

—Gracias por venir, de verdad —dije mientras servía café para todos—. Sé que están por regresar en un par de días, pero quería que esto lo habláramos aquí. Donde todo empezó.

Alejandro se sentó a mi izquierda, Valentina frente a él. Se tomaron de la mano, con un gesto sencillo