El viaje de regreso a casa fue un torbellino de emociones contenidas que creaban un nudo de confusión y desesperación en mi estómago. Cada kilómetro que me alejaba de aquel lugar, de aquella situación, se sentía como un avance y, a la vez, una retirada. Al llegar a mi apartamento en Medellín, la puerta se cerró tras de mí con un eco que amplificó el silencio abrumador de mi hogar. Este silencio, normalmente un refugio, ahora se sentía como un amplificador para el eco incesante de mis propios pensamientos, rumiando cada palabra, cada mirada, cada promesa no dicha. Estaba exhausta, no solo físicamente, sino con una fatiga que calaba hasta los huesos del alma. Me sentía confundida, mi mente un laberinto sin salida aparente, y, por primera vez en mucho tiempo, tuve la clara sensación de que perdía el con