Capítulo 27. La Jaula de Cristal: Alejandro.
El aire en la suite era denso, cargado con el aroma dulce y empalagoso de las flores que Valeria había insistido en colocar por doquier. El reflejo de mi esmoquin Tom Ford en el espejo me devolvía la imagen de un hombre que no era del todo yo. La tela fina se sentía como una camisa de fuerza, y el nudo de la corbata, una soga invisible apretando mi garganta. Esta opulencia, este despliegue de riqueza, se había convertido en mi prisión dorada. Cada detalle, desde los gemelos de oro blanco hasta el brillo frío del diamante de compromiso que pronto estaría en el dedo de Valeria, era un recordatorio de las cadenas invisibles que me ataban a este destino prefabricado.
Suspiré, apartando la mirada del espejo. Valeria estaba allí, impecable, la encarnación de la perfección que mi familia y la suya esperaban. Nuestra conversación había sido un intercambio de formalidades vacías, una coreografía aprendida para las cámaras que pronto nos asediarían. Los maquilladores daban los últimos retoques,