111. Hacia la Nueva Jaula de MI Enemigo
El amanecer era una herida abierta en el horizonte. La luz, de un naranja pálido y enfermizo, se derramaba sobre la provincia de Buenos Aires, iluminando una tierra que, para Florencio, se había convertido en un mapa de sus propios fracasos. Dentro del helicóptero, el rugido de los rotores era un sonido sordo y constante, un intento inútil de ahogar el silencio que pesaba entre él y Selene.
Estaban sentados uno frente al otro, pero un abismo los separaba. Él, con el traje arrugado y manchado de la batalla, el rostro una máscara de agotamiento y furia contenida. Sus dedos jugueteaban nerviosamente con la pequeña tarjeta de memoria que le había dado Giménez, el arma que Platina Lunares ahora sostenía contra su sien. Cada vez que pensaba en ella, en su pasado compartido, en su inteligencia implacable, sentía una náusea fría. La guerra había cambiado de piel, y esta nueva piel era una que él no sabía cómo combatir.
Selene miraba por la ventanilla, pero no veía el paisaje. Veía los fant