La ciudad parecía distinta aquella mañana, el aire fresco rozaba el rostro de Elena mientras caminaba con paso firme por las avenidas adoquinadas del distrito antiguo. Vestida con un traje entallado color vino y tacones negros, su silueta destacaba con una elegancia sutil pero poderosa. Su cabello ondeaba al viento, recogido apenas por una horquilla dorada. Había algo en ella que capturaba miradas, una presencia segura, desafiante y, sobre todo, libre.
Elena ya no era la mujer que había cruzado por primera vez las puertas del club, temerosa y ansiosa por descubrir un mundo que la intimidaba tanto como la atraía. Ahora era dueña de su historia, de su cuerpo y de su deseo. Se había escrito a sí misma desde el placer, desde el dolor, desde la transformación que solo llega cuando se enfrentan los miedos y se abrazan las sombras.
Su novela se había convertido en un éxito rotundo. Traducida a varios idiomas, había sido aclamada por la crítica y, más importante aún, había tocado a miles de l