Yvi
Avanzo dos pasos.
Suficientes para que vean mis ojos.
Suficientes para que sepan que ya no me oculto.
El Consejo se encuentra frente a nosotros, alineado como una manada.
Son cinco.
Cinco siluetas encapuchadas.
Cinco sombras congeladas en la claridad moribunda del día.
Ningún rostro.
Solo la voz del centro, grave y lenta, cargada de una arrogancia antigua.
— No queremos guerra, dice. No si te arrodillas.
Me río. Una risa breve. Vacía.
No es una risa real. Es un estallido de desdén, de desprecio, de dolor también.
— ¿No quieren guerra? Qué ironía. Me han acosado. Marcado. Rechazado. Han matado a mi madre. Han sacrificado mi sangre. ¿Y ahora me hablan de paz?
Un escalofrío pasa por las ramas sobre nosotros.
Algo en el aire cambia. Como si el bosque mismo contuviera el aliento.
Uno de los miembros del Consejo da un paso hacia mí.
Es más alto que los otros, más masivo también.
Su capa se desliza ligeramente, dejando entrever un brazo arrugado, cubierto de símbolos antiguos.
Me habla,