Nada como en casa

ANDRA

Ya me estaba acostumbrando y era rutina, pero no una rutina de las aburridas, era una rutina preciosa y de la que no podía cansarme. 

Llegué al ático, dejé mi mochila con los apuntes al lado de la puerta, y el bloc que usaba para mis diseños sobre una pequeña mesa dónde teníamos guardadas las llaves y algunas facturas. La casa estaba helada —literalmente —, el invierno había llegado con fuerza y persistía en no querer subir la temperatura a por lo menos unos cinco grados. No me deshice de mi bufanda ni de mis guantes hasta que encendí la calefacción y empecé a sentir el calor hogareño que me brindaba mi casa. Siempre lo dejaba todo desparramado, y cuando Jax llegaba de la empresa me

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