Zafiro vio el sol salir desde la cama de Edurad, con su brazo alrededor de la cintura y un dolor punzante en la mejilla.
— Me encantan despertar contigo. — le susurró él, mordisquenado su oreja. — Creo que deberíamos mudarnos juntos, así puedo despertar a tu lado cada mañana.
— ¡No! — exclamó ella, volviéndose de golpe, plantándole un beso en los labios, para intentar apaciguarlo.
Él frunció el seño.
— ¿ No te gustaría vivir conmigo? — Se alzó apoyando el codo en la cama y usando su mano para sostener su cabeza.
— No, es que creo que aún el niño es muy pequeño. Llora mucho en las noches y pronto acabaría interrumpiendo nuestra vida...
— Puedo mudarme a un apartamento más grande y haremos a la niñera permanente.
— No lo entendarías. — Zafiro se sentó dejando caer la sábana y mostrándole sus pechos desnudos.
— Si sé que está cerca, tengo que ir yo a cuidarle... el institno maternal. ¿ Entiendes?
Eduard había dejado de escucaharla, perdido en las curvas de su cuerpo. Zafiro se