Horas después, cuando la tarde caía y el cielo se teñía de tonos anaranjados, Allison entró con paso suave a la oficina de su padre. Llevaba el cabello recogido en una coleta alta, una blusa blanca impecable y una carpeta entre sus manos. Su rostro transmitía una dulzura calculada, una calma que no correspondía con lo que traía entre manos.
Alberto estaba sentado frente al escritorio, con el ceño fruncido y varios documentos apilados sobre la mesa. Apenas levantó la vista cuando ella entró.
—¿Qué necesitas, hija? Estoy en medio de una auditoría interna, los abogados están volviéndome loco.
Allison sonrió con aparente inocencia y caminó hasta su lado, apoyando la carpeta justo encima de los papeles que él revisaba.
—Papi… te juro que no te quito más de un minuto. Es solo el formulario de compra del carro. ¿Recuerdas? El que me dijiste que sí esta mañana. Es que me llamó el concesionario y dijeron que como ese modelo es tan exclusivo, ya pueden dejarlo listo desde línea, pero necesitan