El portazo se escuchó en todo el pasillo. Allison irrumpió en la oficina de Miguel con el rostro desencajado, los ojos llenos de rabia y el ceño fruncido en una línea dura. Caminó hasta su escritorio sin pedir permiso, como una tormenta que no pide paso antes de arrasar. Cerró la puerta tras de sí y lanzó su bolso sobre la silla con violencia.
—¿Qué fue todo eso? —espetó con voz ronca—. ¿Qué fue ese show que montaste en la sala de juntas? ¿Te parece gracioso humillarme delante de todos?
Miguel levantó la mirada con calma. Había estado revisando unos informes, pero el tono de Allison no lo sorprendió. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarla.
—¿De qué hablas, Allison?
—¡No te hagas el idiota! Me dejaste sola, me expusiste. ¡Tuve que salir corriendo al baño como una tonta! Y encima defendiste a Alanna… ¿Desde cuándo te importa lo que ella siente?
Miguel se levantó con parsimonia, cerró el portafolio que tenía sobre el escritorio y caminó lentamente hasta quedar frente a ella.