Allison entró al baño a toda prisa, empujando la puerta con tal fuerza que estuvo a punto de rebotarle en la cara. El pasillo, impregnado de un olor ácido y penetrante, aún conservaba el rastro de su paso. Algunos empleados se miraban entre sí con desconcierto, pero nadie se atrevía a decir nada. No en voz alta.
—¡Maldita sea! —murmuró entre dientes, sintiendo un nuevo retortijón en el estómago.
Se metió en el primer cubículo disponible, tiró su bolso al suelo sin cuidado y apenas logró bajar la cremallera de su vestido antes de sentarse con desesperación. Entonces, comenzó la verdadera pesadilla.
El sonido que salió de su cuerpo no era humano. Parecía un motor descompuesto mezclado con el rugido de una tormenta. Allison apretó los dientes, contuvo un grito de dolor y apoyó la frente contra la puerta del baño. El sudor frío le recorría la espalda.
Cada segundo se volvía más humillante. El eco dentro del baño aumentaba la vergüenza. Creía estar sola, pero de pronto, escuchó pasos. Algu