El jardín comenzaba a oscurecerse con la llegada del atardecer. Las flores, aún abiertas, respiraban la brisa tibia de la tarde, y el leve crujir de las ramas al moverse con el viento parecía un susurro discreto entre madre e hija.
Alanna caminaba junto a su madre por el sendero de piedra que rodeaba la fuente. El ambiente, aunque tranquilo, estaba cargado de sensaciones no dichas, de recuerdos que aún dolían y de palabras que, por primera vez en años, no buscaban herir.
—Ya casi es hora de la cena —dijo Alanna, rompiendo el silencio con suavidad.
La señora Sinisterra asintió, algo nerviosa. Le era difícil estar allí, en esa casa que antes solo había oído nombrar, en ese jardín donde ahora se sentía huésped… pero también, inesperadamente, madre.
—Gracias por dejarme quedarme un poco más —murmuró—. No era mi intención alargar mi visita.
—No te preocupes —respondió Alanna sin dudar—. Quédate a cenar, madre No tienes por qué marcharte tan pronto si no quieres.
El "madre" la conmovió. Hac