El sol apenas comenzaba a despuntar cuando los primeros empleados empezaron a llegar al punto de encuentro. El aire fresco de la mañana traía consigo la brisa salada del mar y el canto de las gaviotas anunciando la cercanía de la playa. La empresa había alquilado un autobús privado para trasladar a todos hasta la exclusiva costa donde se llevaría a cabo la integración anual. Era un evento esperado, lleno de actividades recreativas, competencias amistosas y dinámicas diseñadas para fortalecer los lazos entre los distintos departamentos.
Todo parecía perfecto. Para todos, menos para Alanna.
Desde que había amanecido, el estómago le pesaba como una piedra. Había intentado desayunar algo ligero, pero el nudo en su garganta lo impedía. Leonardo la observaba con disimulo, notando su palidez, la tensión en sus hombros, y cómo sus dedos jugaban nerviosamente con el borde de su bolso.
—¿Segura que quieres ir? —le preguntó por última vez mientras subían al coche.
—Sí —respondió ella con firmeza