El sol ya estaba alto en el cielo, reflejándose en las aguas cristalinas que rodeaban la playa privada. Las risas, los juegos, el aroma a bronceador y la música alegre creaban un ambiente perfecto de desconexión. Pero no todos se sentían cómodos.Alanna caminaba por la orilla, en silencio, evitando mirar de frente el mar. Cada vez que las olas rompían cerca de sus pies, su cuerpo se tensaba con una rigidez que solo ella conocía. A pesar de haber sonreído y saludado con cordialidad a todos, dentro de sí la ansiedad palpitaba con fuerza. El pasado parecía susurrarle entre cada brisa marina.Entonces, lo inevitable ocurrió.—¡Pero miren a quién tenemos aquí! —se escuchó la voz aguda, cargada de sarcasmo.Todos voltearon. Alexa se acercaba, enfundada en un conjunto deportivo ajustado, con una sonrisa ladina en los labios. Caminaba con seguridad, con esa energía que buscaba siempre ser el centro de atención. A su lado, varios empleados ya empezaban a murmurar entre risas nerviosas.Alanna
La brisa salada aún envolvía la atmósfera cuando Leonardo y Alanna comenzaban a levantarse del lugar donde habían compartido aquella conversación tan íntima. El ambiente entre ellos se había tornado distinto: no era solo alivio ni orgullo, era una conexión real, sincera, construida a fuego lento.Pero la paz no duró.—Vaya, vaya... qué escena más conmovedora.La voz cargada de veneno de Alexa rompió el instante como una piedra estrellándose contra el cristal. Ambos se giraron al mismo tiempo. Allí estaba ella, con su vestido blanco agitado por el viento, los brazos cruzados y una sonrisa maliciosa dibujada en los labios.—¿No es adorable cómo interpretas tu papel de esposo enamorado? —le lanzó a Leonardo con una mirada calculadora—. Casi me lo creo… si no fuera porque conozco tu verdadera intención.Leonardo frunció el ceño. Dio un paso al frente, interponiéndose ligeramente entre Alanna y Alexa.—No empieces, Alexa.—¿No empezar qué? —fingió inocencia—. ¿Decir la verdad? ¿Recordarle
El primer rayo de sol del sábado se coló por las ventanas de la casa Salvatore, iluminando suavemente cada rincón con esa calma engañosa que solo los fines de semana sabían traer. La brisa movía apenas las cortinas y un silencio apacible reinaba… al menos en apariencia.Leonardo se levantó temprano, decidido a comenzar el día de otra manera. Como en los viejos tiempos, preparó café recién molido, tostadas con mantequilla, jugo de naranja natural y unos huevos revueltos que siempre le salían mejor de lo que él admitía. Mientras ponía la mesa, una sonrisa leve se dibujaba en su rostro. Quería acercarse a Alanna… quería recuperar esa complicidad que había sentido quebrarse tras la integración.Alanna apareció minutos después, con el cabello suelto, una bata ligera y esa expresión serena que solo quienes han aprendido a ocultar el torbellino interno saben llevar.—Buenos días —dijo él, con una dulzura medida.—Buenos días —respondió ella, sentándose con cuidado frente al plato.El aroma e
El ambiente en la casa Salvatore se sentía espeso, como si cada rincón guardara un secreto que se negaba a salir. Alanna había pasado toda la noche sin dormir, con las palabras de Alexa repitiéndose en su mente una y otra vez como una melodía perturbadora. La supuesta “venganza” que mencionó frente a Leonardo no había sido explicada, y aunque él intentó calmarla, ella no era ingenua. Sabía que algo se escondía detrás de todo esto… y el silencio de su esposo no hacía más que confirmarlo.—Necesito hablar contigo. ¿Por Favor a mi cuarto? —dijo Alanna con un tono de seriedad.El rostro de Sabrina cambió por un breve instante, una sombra de duda cruzó por su expresión, pero se levantó sin preguntar.—Claro, vamos.Entraron en silencio. Alanna cerró la puerta con calma, caminó hacia la cama y se sentó. Sabrina permaneció de pie, como si presintiera lo que estaba por venir.—Siéntate —dijo Alanna, señalando el colchón frente a ella.Sabrina obedeció, aunque con cierta incomodidad.—¿Pasa al
La mansión de los Sinisterra lucía imponente bajo la luz tenue del atardecer. Las paredes de mármol, los ventanales con cortinas de terciopelo y los candelabros que ya comenzaban a iluminar la estancia no podían ocultar el frío que reinaba en el corazón de la casa… un frío que parecía emanar directamente de su señora.Allison estaba sentada en su butaca favorita, esa que daba hacia el jardín de rosas negras que tanto cuidaba. Tenía una copa de vino en una mano y el celular en la otra. En el auricular, la voz nerviosa de Alexa intentaba sonar segura, aunque se notaba a leguas su incomodidad.—¿Cómo que nada funcionó? —espetó Allison con frialdad, sin molestarse en disimular su enojo—. ¿Tú me estás diciendo que no fuiste capaz de arrastrar a esa estúpida frente a toda la empresa?Del otro lado, Alexa balbuceó una excusa torpe sobre la carrera, el mar, la integración. Pero Allison no tenía tiempo ni paciencia para debilidades.—¡Inútil! —rugió Allison—. ¿Cómo es posible que no puedas con
El reloj de pie del vestíbulo marcaba las nueve de la mañana con un campanazo grave cuando Allison descendió por las escaleras, como siempre lo hacía: impecable, serena, con su vestido blanco marfil que contrastaba con su oscuro cabello cuidadosamente peinado. Caminaba como si nada pudiera perturbarla, como si la vida fuera exactamente como debía ser.—Buenos días, mamá —dijo con una voz melosa, la misma con la que solía envolver a todos—. ¿Dormiste bien?La señora Sinisterra alzó la vista desde su taza de té. El sonido de esa voz le erizó la piel. Sus ojos se encontraron con los de su hija, y por un segundo, sintió la garganta cerrarse. Porque ahora sabía. Sabía lo que esa mujer, su propia hija, había hecho.—Sí… —respondió, esforzándose por no quebrarse—. Dormí bien, gracias.Allison caminó con soltura hasta sentarse a su lado. Tomó un croissant del plato y le sonrió con dulzura.—¿No es un día precioso? Pensaba salir a montar a caballo más tarde. ¿Me acompañarás?La señora Sinister
La mansión Sinisterra estaba en completo silencio, apenas interrumpido por el eco lejano del reloj de péndulo en la sala principal. Era la hora de la cena y, como cada noche, el comedor había sido preparado con esmero: un mantel de lino blanco impecable, candelabros con velas encendidas, platos alineados con precisión matemática y copas brillando como joyas bajo la luz tenue.Pero esa noche, el ambiente era distinto. Frío. Distante. Como si el aire mismo estuviera cargado de una tensión invisible que ninguno de los presentes podía ignorar.Allison fue la última en entrar. Caminaba con elegancia, el cabello perfectamente peinado, un vestido azul oscuro que resaltaba sus ojos… y una expresión serena que rozaba la arrogancia. Saludó con un “buenas noches” apenas audible y se sentó sin mirar a nadie, como si estuviera muy por encima de las circunstancias.La señora Sinisterra, estaba sentada a un costado de Alberto, el patriarca. Había bajado notablemente de peso en las últimas semanas, s
A la mañana siguiente, el aire en la mansión Sinisterra estaba más denso que de costumbre. El murmullo de los empleados y el roce de las cortinas no lograban opacar el peso que colgaba en el ambiente. La señora Sinisterra había dormido poco, si es que había dormido algo. Tenía la mirada cansada, pero el rostro firme cuando pidió que Miguel se reuniera con ella en el jardín trasero, lejos de oídos y ojos curiosos.Él llegó puntual, con el ceño fruncido, sabiendo que su madre no lo llamaba a ese lugar sin razón de peso. Se sentó frente a ella, en una de las sillas de hierro forjado bajo la pérgola donde alguna vez compartieron desayunos en familia. Pero esta vez, el clima era distinto.Detrás de uno de esos rosales, muy quieta, tan inmóvil como una piedra, Allison escuchaba con los sentidos agudos como un animal cazador. Había notado los cambios en su madre, la forma en que la miraba últimamente, como si algo se hubiese quebrado. La había seguido con cautela, oculta entre los arbustos,