La tensión se podía cortar con una navaja. Allison seguía de pie, esposada y con el rostro altivo, aunque el sudor le perlaba la frente. Los murmullos entre los presentes cesaron cuando Alanna se acercó con pasos lentos, decididos, el rostro endurecido por años de sufrimiento reprimido.
Se detuvo frente a ella, observándola de arriba abajo.
—¿Sabes? Llevo años imaginando este momento —dijo Alanna, su voz helada, pero firme—. El día en que al fin podrías mirarme de frente y no con ese aire de superioridad… sino con miedo. El mismo miedo que yo sentí cuando me encerraste, cuando me despojaste de todo, cuando me convertiste en una sombra de lo que alguna vez fui.
Allison giró el rostro, negándose a mirarla directamente.
—No tienes pruebas de nada —espetó entre dientes—. Todo esto es un circo.
—Tal vez no tengo pruebas... para comprobar que fuiste tú quien avecino a mi madre, la arrojaste por las escaleras por ella se dió cuenta quien eras —dijo Alanna, dando un paso más cerca—. Pero en m