El cielo se encontraba cubierto por nubes densas que amenazaban lluvia. La mansión Salvatore estaba sumida en un extraño silencio, como si incluso el viento supiera que algo importante estaba por definirse.

En la sala de estar, Leonardo estaba sentado en el borde del sofá, con los codos sobre las rodillas y las manos entrelazadas. La tensión en sus hombros era evidente. Frente a él, Alanna, recostada con elegancia en el otro extremo, lo observaba con atención. Había aprendido a leerlo incluso cuando él no decía una sola palabra.

—Estás pensando en algo… —murmuró ella.

—Sí —admitió él, sin levantar la mirada—. En lo que sigue. En lo que hay que hacer con los Sinisterra.

Alanna entrecerró los ojos, manteniendo la voz serena:

—¿Te preocupa lo que estén tramando?

—Mucho más que eso —confesó Leonardo, levantando finalmente la vista hacia ella—. Necesito a alguien adentro, Alanna. Alguien que esté en ese entorno todos los días y me informe de todo lo que hagan Miguel, Allison y el mismo Alb