Laura
Abrí los ojos despacio, confundida, y volví a cerrarlos cuando la luz blanca del techo ofuscó mi vista. Giré la cabeza hacia un lado e intenté, una vez más, descubrir en qué lugar me hallaba. Distinguí una bolsa de solución fisiológica, un goteo lento y una manguera transparente que llegaba hasta mi brazo izquierdo.
—¿Qué me pasó? ¿Qué hago aquí? —murmuré, intentando recordar.
La voz de Martha sonó desde el otro extremo de la enfermería, cargada de urgencia.
—Vaya, Laura, despertaste —dijo mientras se acercaba a la camilla—. Ya era hora. ¿Cómo te sientes?
—Confundida… —Intenté aclararme la garganta, pero la voz igual salió rasposa—. Tengo sed…
Martha me acercó un poco de agua.
—Toma despacio, Laura —indicó con dulzura. Obedecí, aunque me sentía tan sedienta que lo único que quería era pegarme a una botella enorme—. Es normal sentirse así después de pasar inconsciente un par de días.
La última gota descendió por mi garganta al mismo tiempo que un escalofrío me recorrió el cuerpo.