Capítulo 2
POV: Mía

Antes de que Elena llegara, yo era la persona más importante para León y Máximo.

Vengo de una familia italiana con mucha tradición, pero a los quince años decidí seguir a mi primo a Nueva York para estudiar la preparatoria.

Al principio, mi padre se opuso, pero con el tiempo, ocupado con los asuntos del clan, dejó de insistir en que volviera.

Fue entonces cuando conocí a León y Máximo, compañeros de mi primo.

Siempre iban con él a recogerme al salir de clases y, los fines de semana, no se separaban de mí.

Para que pudiera entrar a la misma universidad que ellos, se turnaban para ayudarme con las tareas.

Incluso, con la excusa de protegerme, cortaron cualquier intento de romance que se me acercara.

Con el tiempo, León se convirtió en piloto de carreras y Máximo en actuario.

A pesar de sus agendas tan ocupadas, en sus días libres siempre me acompañaban a jugar béisbol.

—¡Vamos, Mía, atrápala! ¡Eso es!

Esos días sencillos me hicieron sentir, por primera vez, lo que era disfrutar como una chica común.

Como hija del jefe de la mafia, siempre me habían tratado con distancia y un respeto exagerado.

Ellos fueron los primeros en hacerme sentir como una persona normal.

Por eso, a pesar de la oposición de mi padre, decidí quedarme en Nueva York.

Venía de una familia acomodada, pero se había ido de su casa porque, con el maltrato de su padre, su vida se volvió insoportable.

Después, al conocer a León y a Máximo —que la ayudaron mucho—, empezó a pasar seguido por mi casa, y hasta me limpiaba la casa cada tanto.

Yo lo notaba: era su manera de mostrarse amable, servicial... casi perfecta.

Al principio rechacé su ayuda varias veces, pero León insistía:

—Mía, a Elena le encanta ayudar.

—Y tú no eres buena para organizarte —añadía él—. Déjala que te eche una mano.

No me entusiasmaba la idea, pero tampoco quería negarme a algo que ellos me pedían.

Al final acepté y empecé a darle una pequeña paga por lo que hacía; de otra forma, siempre me quedaba esa sensación rara, como de estar en deuda.

Y desde entonces, las cosas tomaron otro rumbo.

León seguía trayéndome dulces, pero siempre le daba a ella una porción más grande.

Máximo compraba ropa y, de paso, siempre le agarraba algo en su talla exacta.

Así, detalle tras detalle, Elena fue colándose en nuestra rutina.

El pin de cobre que yo misma había tallado y que ellos llevaron durante diez años... desapareció.

En su lugar, ahora llevaban un parche bordado con hilo dorado que Elena les había regalado.

Parecía que se les olvidó que, en otro tiempo, yo era la persona más importante para ellos.

Por suerte, cuando llegó la propuesta de matrimonio, no me dejé arrastrar y no elegí a ninguno.

Marqué una fecha en el calendario: el día en que me casaría con un hombre que ni siquiera conocía.

—Este juego de cuatro... termina aquí —me dije.

Si me iba a marchar, debía dejar todo listo, así que entregué mi renuncia.

Mi jefe se puso serio y me preguntó:

—Mía, justo ahora que tu trabajo estaba despegando… ¿por qué renunciar? Si es por algún problema, puedo darte unos días libres.

—No, gracias por todo. Mi padre me ha insistido varias veces: tengo que volver a casa para casarme.

Se encogió de hombros, resignado.

—¡Felicidades! Aunque es bastante repentino.

Sonreí sin dar más explicaciones.

Sí, era repentino. Ni yo misma habría imaginado que en una semana estaría casada... y con un desconocido.

Mientras cargaba mis cosas en el auto, sonó mi celular. Era Elena.

No quería contestar, pero recordé que la última vez casi incendió la cocina, así que atendí.

—¿Todavía no vuelves con los postres? —preguntó con su tono empalagoso.

Su pregunta me incomodó, y ya estaba a punto de contestar cuando colgó de golpe.

En segundos, llegaron dos mensajes:

"Mía, perdón, marqué tu número por error."

"Hoy León y Máximo me quieren celebrar porque al fin saqué mi licencia de conducir. Así podré llevarte cuando lo necesites. ¡Máximo cocina hoy y León compró tu pastel favorito de ron! ¿Vienes?"

No pude evitar soltar una risa sarcástica.

Al llegar a casa, vi a los tres moviéndose de un lado a otro, ocupados.

Vaya... habían venido a mi casa para celebrar con Elena su licencia de conducir.

Al abrir la puerta, todo estaba decorado con su nombre.

Mi propia casa parecía pertenecerle a ella.

Sentí una furia contenida, pero no dije ni una palabra, solo los miré en silencio.

Elena, emocionada, les dijo:

—Este es el momento más feliz de mis 20 años. Gracias por estar aquí... ojalá todos los días fueran así.

Entonces me vio en la entrada y, fingiendo sorpresa, exclamó:

—¡Mía! ¿Viniste a celebrar conmigo?
Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App