A primera hora de la mañana, León y Máximo regresaron a la casa de Mía, con la idea de recoger algunas de sus cosas favoritas, pensando que así podrían calmarla y mejorar un poco el ambiente.
Pero al llegar, se encontraron con una escena inesperada: varias personas entraban y salían cargando cajas y muebles.
Anoche, estaban tan alterados que no se fijaron, pero ahora se dieron cuenta de que casi todo en la casa tenía una etiqueta: las azules con el nombre de León, las rosas con el de Máximo.
León, al ver que uno de los hombres cargaba un jarrón, se acercó rápidamente:
—¿Qué están haciendo?
—La dueña nos pidió que empacáramos todo según las etiquetas: lo azul para el señor León, lo rosa para el señor Máximo —explicó el trabajador, mostrándole la orden que tenía en la mano.
León le arrancó el papel de las manos y explotó:
—¡Esto lo compré yo para Mía! ¡Nadie lo toca! ¿Me oíste?
Máximo lo tomó del brazo antes de que armara un escándalo mayor y, con tono firme, les dijo a los trabajadores: