POV: Mía
Al otro lado de la línea, la voz de mi padre sonó eufórica:
—¡Perfecto! Hace tres años que quería que volvieras y tú, empeñada en quedarte en Nueva York. Voy a reservar el lugar para la boda de inmediato, creo que, como muy pronto...
No lo dejé terminar.
—Que sea en una semana.
—¿Tan rápido? ¿No crees que deberías conocer mejor a la persona con la que vas a casarte? —preguntó, sorprendido.
Respondí con toda calma:
—No hace falta, es solo un compromiso por conveniencia. Volveré un día antes.
Estaba por añadir algo más cuando la puerta se abrió de golpe y alguien entró.
Colgué sin pensarlo.
Era Elena, cargando un enorme ramo de rosas.
—¿Mía, te vas de viaje? —preguntó, como si nada—. ¡Pero la semana que viene tenemos el baile!
Mis ojos se fijaron en las flores y respondí, educada pero distante:
—Perdona, soy alérgica al polen. ¿Podrías sacar las flores, por favor?
Abrí la ventana para que entrara aire fresco.
Detrás de mí, escuché cómo rompía a llorar... y en ese instante, el florero se estrelló contra el suelo.
Las rosas quedaron esparcidas, y entre sollozos, murmuró:
—No sabía que eras alérgica. Como León y Máximo siempre te traen flores, pensé que te encantaban. De verdad no fue mi intención. Yo recojo los pedazos... no te enojes conmigo, ¿sí?
No había terminado de hablar cuando León y Máximo, que lo habían visto todo desde fuera, irrumpieron en la habitación.
León, con su carácter impulsivo, le agarró la mano con urgencia.
Máximo, al entrar, pisó los trozos de vidrio... y uno de ellos me cortó la pierna. Me agaché por el dolor, pero ninguno de los dos me prestó atención; solo tenían ojos para la frágil y temblorosa Elena.
León, al ver una pequeña gota de sangre en su mano, me soltó con rudeza:
—¿Por qué la tratas así? Si es tan buena y trabajadora... Cuando estás ocupada, siempre es ella la que te limpia la casa. ¿De verdad por algo tan tonto le vas a armar un drama?
Máximo se ajustó las gafas, con un toque de preocupación en la voz:
—No discutas, León. Mejor vamos al hospital.
León me lanzó una mirada de desprecio y ya estaba por llevársela cuando Elena, en un susurro, dijo:
—Me duele un poco... pero no quiero que Mía se sienta mal. Con un poco de pomada va a estar bien.
—Si se infecta, va a ser peor. Vamos al hospital —insistió Máximo.
Incluso León, que siempre actuaba por impulso, asintió rápidamente.
Elena, con un gesto de duda, me miró:
—Pero, ¿y si Mía no se siente bien?
León soltó una risa fría y la miró con desdén:
—Lo que pasa es que tiene miedo de que la regañemos. Está fingiendo, no te preocupes.
—No cualquiera tiene tu bondad —añadió Máximo, apartándole un mechón de cabello sin mirarme siquiera.
Los vi alejarse y supe que ya era el momento de irme.