Elena tenía los ojos llenos de miedo y la cara pálida como un papel. Dijo con la voz temblorosa:
—¿No se suponía que si confesaba me iban a perdonar? ¿Por qué... todavía no me dejan en paz?
Con la mano todavía manchada de sangre, Máximo respondió:
—El que traiciona... lo paga en el infierno.
Luego dio la orden de que se la llevaran.
Sus gritos resonaron por el pasillo:
—¡No! ¿Por qué? ¿No siempre me han mimado? ¡No es justo!
Sin decir una palabra, Máximo ignoró por completo sus gritos. Se vendó rápido y se subió al helicóptero con León, rumbo a Italia.
Ese día, Mía y Benito estaban a punto de casarse.
Máximo y León tenían todo listo para irrumpir en la ceremonia con pruebas en mano y suplicar su perdón.
El helicóptero empezaba a bajar justo cuando Mía acomodaba el cuello del traje de su futuro esposo.
Un murmullo recorrió a los invitados y fue creciendo al ver cómo, desde el aire, caían dos cuerdas por las que descendían los dos.
—Mía, ven con nosotros —dijo Máximo, extendiendo la man