4. Primera...

Capítulo 4. Primera noche en una casa desconocida.

Mariana no sabía que hacer, a sus 22 años nunca había tenido intimidad con Francesco,  y al sentirlo tan cerca sintió que el suelo desaparecía. No era su prometido, no era un beso que conociera. Era invasión, era posesión, y sin embargo… su cuerpo no sabía si temblar por miedo o por sentir algo que no quería admitir.

-- ¡Shhh! No te muevas – su voz sonaba más como una orden y ella obedeció.

-- ¿Qué vas a hacer? -- preguntó llena de temor.

-- Voy a hacer lo que tanto te gustaba que hiciera cariño... quizás así recuperes la memoria más rápido -- le dijo asombrándola.

-- Yo... espera... a mí me gustaría esperar -- logró susurrar. Y él se alejó. Emiliano la soltó, pero la amenaza seguía flotando.

-- Te dejo por esta vez, Emi... pero esta noche no podrás huir de mi --

Emiliano salió de la habitación dejándola confundida...

Cuando salió, Mariana se dejó caer en la cama. El corazón le golpeaba el pecho como si quisiera escapar antes que ella.

En ese momento entendió que no se trataba solo de sobrevivir: tenía que aprender a jugar el juego de Emiliano antes de que él descubriera que ella ya sabía la verdad.

-- Tómatelo con calma Mariana – se susurró para sí misma.  -- Ya sobreviviste este día, ahora deberás pensar cómo hacerlo esta noche –

Cayó la tarde y con ella la primera sombra de la verdadera soledad.

Emiliano no había vuelto a hablarle desde que salió de la habitación, como si estuviera arrepentido de haber hecho lo que hizo. Mariana cenó sola. Beatriz le sirvió un plato que apenas tocó.

No tenía apetito, pero sabía que debía mantener las apariencias. Cada gesto, cada decisión, podía significar su ruina.

Pasadas las diez, decidió explorar la habitación. No por curiosidad, sino por necesidad. Se acercó al ropero y lo abrió lentamente. Los vestidos colgados eran de diseñadores que conocía bien, pero que le parecía innecesario usar. Mariana acostumbraba a tener esos trajes en su armario, asi como unos simples jean y algunos zapatos deportivos y cómodos.

Pero acá todo era dinero y poder... tacones ordenados por color y estilo. Bolsos acomodados en repisas iluminadas. Joyeros con cerraduras. Una vida meticulosamente organizada. Una vida que no era la suya.

Una vida que estaba destinada a vivir, porque ella fue quien lo escogió. Era eso o morir. Así que tenía que hacer lo que fuera para encajar en esa nueva vida, incluso si debía perder su pureza con un hombre como él.

Escuchó pasos en el pasillo. Se tensó un segundo mientras observó como la puerta se abrió sin tocar. Emiliano había vuelto.

Él entró apoyándose contra el marco como si fuera la columna de control de aquella casa. Llevaba una copa de whisky en una mano y el nudo de la corbata ligeramente deshecho, al parecer no era la primera copa que había bebido en la tarde.

-- Pensé que me esperarías en la cama cariño -- le dijo al verla con el armario abierto. Sus ojos se oscurecieron al verla allí, mirando la ropa de su amada Emilia.

-- No podía. Todo esto es nuevo para mí --

La frase flotó en el aire con una ambigüedad peligrosa.

-- Te acostumbrarás -- sentenció, avanzando hacia la ventana. Corrió un poco las cortinas y miró hacia el jardín.  -- No te preocupes: nadie vendrá a molestarte hasta mañana --

Ella lo observó. Le dolían los puntos en el rostro, le ardían las heridas y le palpitaba en las sienes la mentira que sostenía con uñas y dientes.

--¿Por qué me trajiste aquí? – le preguntó, con la voz tan baja que parecía un secreto.

Emiliano cerró los ojos por un instante.

--Porque en este lugar todo queda bajo control. Y tú, por ahora, eres lo único que me queda --

El silencio se estiró como un hilo a punto de romperse. Emiliano se giró lentamente hacia ella, dejando que la luz cálida del velador perfilara su rostro. Había algo en sus ojos que mezclaba posesión con una tristeza que nunca admitiría en voz alta, había bebido por su amor, para que el alma de su Emilia descansará en paz.

-- Bebe algo conmigo – le ordenó más que un pedido, levantando su copa.

-- No… tu ya estas ebrio -- ella negó, su voz apenas fue audible.

Él ladeó la cabeza.

-- ¿No va a beber? --

-- No tengo sed --

Una sonrisa torcida cruzó sus labios. Caminó hasta la mesita junto a la cama, dejó la copa y se sentó en el borde, invadiendo su espacio sin tocarla.

-- ¿Qué ocurre? te noto distante -- su voz bajó de tono peligrosamente.   -- ¿Todavía me culpas por lo que pasó? --

Mariana contuvo el aire, no sabía de lo que estaba hablando. Al parecer estaba más ebrio de lo que pensó.

-- No recuerdo qué pasó… -- le dijo, recalcando cada palabra como si fueran piedras.

Emiliano buscó su mirada.

-- Pues yo sí. Y aunque quisiera olvidarlo, no puedo – se inclinó un poco más hacia ella, Mariana se arrepentía de haberse sentado en la cama, debió quedarse allí, de pie frente al armario.

El aliento de whisky y madera la envolvió.

-- Te traje aquí porque no confío en nadie -- continuó.

-- Afuera todos esperan verme caer debido a tu estado, y yo… no pienso darles ese placer --

-- ¿Y qué esperas que haga? -- preguntó Mariana, sintiendo cómo la tensión le subía por la garganta.

-- Que seas tú -- le dijo sin pestañear.  -- Que seas Emilia. Que me mires como antes. Que no tiemble tu voz cuando digas mi nombre --

Ella se obligó a mantener el contacto visual, aunque cada segundo en esa posición le parecía una batalla, 22 años y nunca había estado tan cerca de Francesco como lo estaba ahora de este hombre.

Emiliano podía sentir su olor, no era Emilia, pero algo en ella lo atraía, sofocándolo y provocando que su mente borracha y confusa creyera que era su mujer.

-- Tal vez me cueste un tiempo – murmuró ella.

-- Tienes hasta mañana -- sentenció Emiliano con gravedad, como si en ese momento una luz le hubiera mostrado que ella no era su mujer.

Se levantó de la cama, dio unos pasos hacia el armario y, sin pedir permiso, sacó un vestido de seda negro. Lo lanzó sobre la cama.

-- Póntelo --

-- ¿Ahora? -- le preguntó, desconcertada.

-- Sí. Vamos a dar un paseo por la casa. Hay cosas que quiero que recuerdes… --pausó, y la miró de arriba abajo.  -- o en todo caso que aprendas, al fin es lo mismo – susurró con molestia.

Ella dudó. El vestido parecía demasiado ligero para cubrir la incomodidad que sentía.

-- ¿Y si no quiero? -- soltó, probando hasta dónde podía llegar.

La respuesta fue un silencio cargado. Emiliano se acercó hasta que quedó a un milímetro de ella, podía gritarle que moriría por haber respondido asi, pero solo cerró los puños y los presionó sobre la cama. Mostrando como su sombra devoraba la de ella.

-- No vuelvas a decirme que no -- susurró, y esa calma en su voz era más peligrosa que cualquier grito.

Mariana tragó saliva. No por miedo… o quizá sí. Pero también porque sabía que cualquier movimiento en falso podría costarle más que su propia vida.

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