Capítulo 5. El peso del deseo.
Ella se levantó, tomó el vestido y entró al baño, cerrando la puerta con un suave clic. Adentro apoyó la espalda contra ella y dejó escapar un suspiro de alivio que llevaba conteniendo desde que él había aparecido en la habitación.
A través de la puerta, la voz de Emiliano se volvió a escuchar.
-- Te espero abajo… y no demores – ordenó él, sin esperar respuesta antes de cerrar la puerta detrás de sí y salir de la habitación. Estaba ebrio y el solo ver a Mariana le provoca irritación, saber que se había salvado y que su Emilia estaba muerta, lo hacia querer vengarse de ella.
El silencio que quedó en la habitación fue tan denso que Mariana casi pudo escucharlo latir junto con su propio corazón.
Se giró lentamente hacia el espejo de cuerpo entero que había allí, necesitaba verse en él, pero no podía, por más que intentaba recordarse lo único que podía ver era su rostro parcial, una imagen extraña... Era Emilia en apariencia… pero con la mirada triste y, apagada de Mariana.
El vestido la abrazaba con la perfección de una prenda hecha a medida, el escote delineaba su clavícula, la tela caía con elegancia sobre su figura y cada costura parecía haber sido pensada para alguien que sabía sonreír ante las cámaras. Pero la mujer que la miraba desde el espejo no sonreía, estaba vacía. Asi la había dejado su ex.
La boca, que debería curvarse en un gesto encantador estaba recta, casi rígida, como si cualquier intento de fingir pudiera quebrarla, mostrando ese vacío que la envolvía desde que aceptó este juego peligroso.
A los ojos del mundo sería Emilia, la esposa perfecta. Pero detrás de esa fachada, Mariana sentía que se estaba borrando a sí misma, como si cada vez quedara menos de la mujer alegre y vivas que algún día fue.
El reloj de pie marcaba las once y media cuando Mariana por fin bajó las escaleras, cuidando que cada paso no resonara demasiado sobre el mármol. La penumbra de la sala se mezclaba con un aroma espeso a alcohol.
Emiliano estaba sentado en el sofá, medio recostado, con una botella de whisky a medio terminar. Llevaba la camisa abierta en los primeros botones, el cabello despeinado y la mirada fija en un punto indefinido.
No parecía borracho, pero sí atrapado en ese límite peligroso donde la lengua se suelta y las emociones se filtran sin control.
Ella pensó en retroceder. No quería enfrentarlo así, pero cuando lo hizo fue demasiado tarde él ya la había visto bajar. Sus ojos, oscuros y brillantes, no dejaba de observarla, pero no a ella, sino al vestido que llevaba puesto.
-- Asi que decidiste bajar – su voz fue grave, arrastrada, como si cada palabra necesitara fuerza para salir. -- Te estaba esperando –
Mariana bajó el último escalón con una calma que no sentía, cuidando que el sonido de sus tacones no traicionara la calma forzada que intentaba proyectar. Ella tragó saliva antes de responder, asegurándose de mantener el tono tranquilo de alguien que no recuerda su pasado.
-- Estaba terminando de cambiarme – respondió y él levantó la mirada. Sus ojos, oscuros y densos como petróleo se clavaron en ella, con una intensidad que casi quemaba.
-- Terminando de cambiarte… – repitió con un dejo de burla. -- Interesante palabra para una mujer que lleva… – se detuvo, bebiéndose el resto del whisky directamente de la botella.
-- …alguien que lleva demasiado tiempo ausente – Mariana respiró hondo, conteniendo el impulso de morderse el labio.
-- Lo siento si has sentido que estoy ausente, pero es que no te recuerdo –
Eso fue lo más peligroso que dijo de la noche, porque Emiliano se levantó y se acercó peligrosamente a ella.
-- Tal vez debería refrescarte la memoria – susurró, tan cerca que su aliento con whisky le envolvió.
Pego su rostro con el suyo, no era el aliento de su mujer, de su amada Emilia, pero era un aliento que no lo molestaba. Uno que lo invitaba a probar su sabor. Mariana sintió peligro, sabía lo que podría pasar si dejaba que él continuara.
-- Señor Del Valle... por favor – suplicó, en el momento que la mano de Emiliano se metió por debajo de su vestido...
-- No me llames asi, cariño... yo soy tu amor – susurró peligroso, lleno de deseo.
Mariana sintió como su estomago se contraía, no solo por el miedo, sino por la peligrosa electricidad que él irradiaba.
La venda en su rostro le recordaba cada segundo que debía mantenerse dentro del papel.
--No creo que eso me ayude – respondió ella con un susurro. Se odiaba por sentir lo que sentía. Por querer un poco más de lo que ese hombre le estaba dando. Por desear recibir un poco del cariño que su prometido nunca le dio...
Él rio suavemente, pero sin alegría. Sus manos se detuvieron muy cerca de su feminidad, no la quería con él, pero tampoco la quería dejar ir... solo quería provocarla, atormentarla tanto que consiga calmar su rabia, su odio y su desilusión...
Sus manos salieron de allí y subieron por sus brazos hasta encontrar las suyas. Las tomó con la fuerza suficiente para que entendiera que no tenía opción, y la atrajo hasta el sofá. El vaso se inclinó peligrosamente en su mano, derramando unas gotas de whisky sobre ella.
Emiliano no se movió para limpiarlas; sus ojos estaban fijos en los de ella, oscuros, cargados de algo más peligroso que el alcohol que lo dominaba.
-- Ven acá – ordenó, la voz baja, ronca, sonando como un mandato más que una súplica. -- Vamos a empezar por lo que nunca deberías haber olvidado --
Mariana se dejó guiar, cada fibra de su cuerpo estaba tensa, cada latido acelerado, la hacía odiarlo más. Él no decía nada explícito, no revelaba nada… pero cada gesto, cada roce, era un recordatorio de que su “esposo” planeaba cobrarse una deuda invisible con ella.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Emiliano levantó la mano libre y con dos dedos le rozó la barbilla, obligándola a mirarlo. El calor de su piel contrastaba con el frío del anillo que llevaba puesto.
-- Así Emi… – murmuró, ladeando la cabeza como si la evaluara. Sus labios esbozaron una sonrisa torcida. -- No sabes cuánto esperé volver a tenerte así, tan cerca –
Ella sintió el vértigo recorrerle la espalda. Fingir amnesia era un papel que había logrado sostener frente a médicos, criados, incluso frente a Francesco. Pero ahí, bajo la mirada fija de Emiliano, era como si la venda en su rostro no bastara para ocultar lo que de verdad era.
-- E-Emiliano… -- balbuceó, usando la voz temblorosa de quien despierta de un olvido. -- ¿Qué… qué esperas de mí? – el sonrío peligrosamente. Mientras bebía un sorbo más de su bebida, luego dejó el vaso sobre la mesita de al lado con un golpe seco.
Se inclinó hacia ella, tan cerca que el aliento impregnado de whisky le rozó la piel.
-- Que me des lo que siempre fue mío – su mano descendió lentamente por su cuello, podía apretarlo y acabar con ella allí, pero algo lo detenía.
Siguió el recorrido hasta detenerse en la curvatura de su hombro, presionando apenas, como si quisiera comprobar que seguía ahí, tangible, real.
-- Lo que tu memoria ha olvidado... yo voy a devolvértelo, te lo prometo –
Mariana apretó los puños a su espalda, sabía lo que esas palabras significaban. Su corazón latía como un tambor desbocado. Si lo rechazaba, si mostraba el más mínimo error en su actuación, todo terminaría allí.
Él la atrajo más, su torso firme contra el de ella, sus labios peligrosamente cerca a los de ella.
-- ¿Recuerdas esto cariño? – le preguntó. Susurrando, rosándole la comisura de sus labios, pero sin llegar a besarla.
El silencio fue un cuchillo entre ellos.
Mariana asintió débilmente, aunque en su interior un grito rugía. Él creyó ver sumisión; ella sabía que era supervivencia.
Su risa quebró el aire.
-- Entonces ven conmigo. Sigamos en la habitación – la tomó de la muñeca con firmeza y la condujo hacia la escalera.
Cada peldaño crujió como si la mansión misma la observara. Mariana subía con el estómago encogido, arrastrada por la fuerza de un hombre que era un extraño para ella, pero que era el mismo el hombre que había aceptado salvarle la vida.
Al llegar a la habitación, Emiliano cerró la puerta de un portazo. El eco retumbó en el pecho de Mariana. Él no la soltó. La apoyó contra la madera, aprisionándola con su cuerpo.
-- Aquí… – murmuró él, hundiendo su rostro en el hueco de su cuello, aspirando el aroma de su piel. -- Aquí es donde vas a recordar quién eres para mí –
Su lengua rozó la piel delicada bajo su oreja y Mariana reprimió un estremecimiento.
El peso de su deseo estaba allí, ardiendo, palpable. Pero más que pasión era furia, más que caricia era una sentencia. Y, sin embargo, contra toda lógica, ella sintió el pulso acelerarse no de miedo, sino de una chispa que nunca debió encenderse en su interior.