Capítulo 3. El regreso a una vida que no es suya.
La lluvia caía fina sobre la ciudad cuando Mariana fue dada de alta. No recordaba si era otoño o invierno, al menos eso debían pensar todos lo que la rodeaban. De hecho, se había tenido que mantener en la oscuridad durante toda su estadía en el hospital, un día después del accidente su supuesto prometido la ingreso en el departamento de cirugía plástica.
Tenían que reconstruir parte de su rostro. Todavía seguía con las vendas, pero el empresario decidió que era el momento de volver a casa.
-- ¿Esta lista señora Del Valle? – le pregunta la enfermera con una suavidad que le sonó a sentencia. Ese título le pesó más que el suero que le acababan de quitar. Fingió una sonrisa y asintió, mientras se enfundaba en un vestido que no era suyo. Era de Emilia la prometida fallecida de Emiliano del Valle...
La tela, demasiado fina, le recordaba a la seda de los vestidos de novia, pero esta vez no había sangre ni ambulancias. Solo el frío de un papel firmado sin saber lo que contenía, y una mentira que ahora vestía sobre su piel.
“Señora Del Valle”
Esas palabras retumbaban dentro de ella como un trueno, no podía comprender ¿por qué ese hombre que la llamó Emilia había decidido seguirle el maldito juego a su ex?
Debía aceptar, escuchar que la llamen con el nombre y apellido de una muerta para sobrevivir, llevaba el título de una impostora y no estaba segura por cuanto tiempo lo tendría que aguantar.
Al ver que la enfermera esperaba una reacción, asintió con una breve sonrisa, la mejor de las actuaciones hasta el momento. Sus ojos aun agotados y llenos de tristeza buscaron el espejo que estaba colgado en la pared.
Quería saber a quién estaban viendo los demás, que tanto de Mariana estaba ocultando ese vendaje para que nadie se diera cuenta de que ella no era la novia de Emiliano.
Al mirarse en el espejo se asombró, la mujer que estaba reflejada en él tenía el rostro vendado cubriendo más de la mitad de él. Pero la mirada triste y apenada, la pequeña línea de su boca ahora reseca no reflejaba nada, ni ella misma podía decir que era la misma mujer frente al espejo.
Nadie parecía dudar de que fuera Emilia.
siquiera el propio Emiliano, aunque su silencio y su ausencia en las últimas horas le había hecho pensar que las cosas no eran tan simples.
En la entrada, un auto negro aguardaba por ella. Emiliano Del Valle estaba adentro. Mariana contuvo la respiración antes de subir. El hombre la miró con una mezcla de cálculo y resentimiento.
-- ¿Cómo te sientes? -- le preguntó con una voz tan neutra que dolía más que un grito.
-- Todavía me duele el cuerpo -- le respondió ella con sinceridad, manteniendo la voz baja, como si el tono fuera suficiente excusa para no decir más.
Los golpes todavía estaban allí. Y aunque estaba medicada sentía un dolor en el interior que no podía evitar, había perdido la noción del tiempo, el accidente, la cirugía, no tenía idea de cuanto había pasado desde entonces.
Él no respondió de inmediato. Su silencio era más peligroso que cualquier palabra.
-- Eso pasará. Lo importante es que recuerdes quién eres --
-- ¿Y si no lo recuerdo nunca? --
La sombra de una sonrisa se asomó en su rostro.
-- Entonces tendrás que aprender a ser Emilia – su respuesta parecía más una orden que un simple comentario.
-- Nos vamos – le ordenó al chofer y el auto arranco sin más.
El resto del camino fue un duelo silencioso. Cuando el auto se detuvo frente a la mansión Del Valle, Mariana sintió que estaba cruzando una frontera invisible. Las columnas de piedra, la puerta de roble y los ventanales altos parecían ojos que la vigilaban con cada paso que daba.
Antes de bajar miró de reojo al hombre que estaba a su lado. El traje oscuro, el reloj caro de edición limitada que alguna vez pensó regalarle a su prometido, las manos sobre su rodilla con los dedos cruzados y ese anillo en el dedo. Todo en él gritaba poder. Pero sus ojos oscuros parecían observarla como si tratara de descubrir un acertijo.
-- ¿Qué ves cuando me miras? -- se atrevió a preguntar ella.
Él giró su rostro sorprendido por la pregunta.
“Una asesina” quería responder, pero debía guardar la compostura. Su chofer de confianza también había fallecido en el accidente y este hombre era un empleado nuevo en su mansión.
-- No estoy seguro -- le dijo al fin. -- Supongo que estoy esperando que recuerdes quién eres – ella sonrió o al menos eso fue lo que intentó.
-- Eso lo veremos cuando ocurra, por el momento solo debes saber que eres Emilia Cortes, y los papeles que firmaste en el hospital te convirtieron en mi esposa legal, señora Del Valle --
Mariana contuvo la respiración, no se había dado cuenta de lo que firmó hasta ese momento.
Pensó que era la aceptación a la cirugía plástica, y como no tenía idea de cuál era su firma, simplemente escribió Emilia Cortez, con las manos aun vendadas y temblorosas. Nadie sospechó de ella, todos comprendían su situación.
-- Espero que te sepas comportar Emi, has perdido la memoria no la forma como debes actuar --
No lo decía como una amenaza directa, pero cada palabra suya era una advertencia. Estaba siendo evaluada. Ponderada. Se había convertido en conejillo de indias, un objeto, una pieza más en el juego de ajedrez que él parecía dominar a la perfección.
Mariana bajó del auto con cuidado, sus piernas aún se sentían resentidas.
Ahí de pie, una mujer de cabello blanco canoso la esperaba, su vestimenta era elegante y su mirada inquisidora.
-- Bienvenida, señorita Emilia -- le dijo con una reverencia apenas perceptible.
“Ella tampoco me reconoció” pensó Mariana.
-- Soy Beatriz, la encargada del servicio. El señor Del Valle indicó que la lleve a la habitación principal --
-- ¿La habitación principal? – repitió y miró de reojo a ese hombre que ahora era su esposo.
-- Asi es cariño, ya estamos casados. No vas a venir con timidez ahora ¿verdad? --
-- No es eso... – comenzó a decir, pero luego callo. El rostro de su esposo le inspiraba temor. -- Gracias señora Beatriz – musitó sin saber a dónde mirar.
Detrás de ella, Emiliano Del Valle ya hablaba por teléfono, dando órdenes con voz firme, su viaje de luna de miel había sido postergado por el accidente, pero sus socios todavía lo esperaban en el extranjero y debía estar allí con su adorable esposa.
Mariana fue guiada en silencio por un largo pasillo de mármol. Las paredes estaban cubiertas con cuadros y espejos antiguos, con cada paso que daba sentía que se estaba sumergiendo en una vida que no era la suya.
Todo en aquella habitación gritaba orden y perfección: la cama de dosel, las joyas perfectamente alineadas, los perfumes de diseño. Mariana tomó uno de ellos y lo acercó a su cuello, preguntándose si ese era el olor que Emiliano asociaba a la mujer que amó… y que perdió.
Mariana se acercó al tocador y levantó una de las botellas de perfume. El frasco tenía el nombre de la marca que ella misma usaba, solo que, en otra versión, una más suave, más delicada.
Lo destapó con cuidado y lo acercó a su cuello y luego a su nariz, pero no lo aplicó. El aroma no era dulce como a ella le gustaba, pero no estaba mal. Quizás podría acostumbrarse a él si era lo que su esposo quería. Al menos hasta que lograra salir de allí, huir de ese hombre que sabía solo quería vengarse de ella.
Dejó el frasco en su sitio y observó su reflejo en el espejo tallado. Sin darse cuenta Emiliano estaba allí, había ingresado mientras ella olfateaba el perfume. Su rostro era indescifrable.
En ese momento no podía evitar preguntarse si Emilia también se detenía frente a ese mismo espejo, y si Emiliano hacia lo que estaba a punto de hacer con ella.
Él tomo su cuello con seguridad, coloco un poco de perfume en él y se acercó a ella. Era el olor de Emilia, por un momento se olvidó que ella estaba muerta y bajo sus labios hasta él.
-- Hueles tan bien Emi – susurró, pegándose más a ella como un espectro. No le dio tiempo a apartarse; sus manos, firmes y cálidas, la inmovilizaron por el cuello. Su aliento la rozó, y el perfume se mezcló con el olor a whisky y poder.