Capítulo 42. Renuncia efectiva.
Sebastián tenía los nudillos blancos de tanto apretar el volante. Llevaba ya cerca de cinco horas esperando con el asiento ligeramente reclinado, como si eso pudiera hacerlo menos evidente desde afuera, pero era inútil. El motor estaba apagado, y la calle apenas alumbrada por un farol parpadeante.
-- ¿Dónde estás Meli? – se preguntó en voz baja. Mirando hacia la ventana todavía a oscuras, no estaba seguro si había cabeceado en algún momento, con tantas horas allí, había perdido la noción del tiempo.
Sus pies estaban entumecidos, y aunque encendió el auto para prender la calefacción su cuerpo seguía tan frio como la madrugada.
La había buscado con la mirada en cada rincón del edificio, sin subir, sin interrumpir a los vecinos, solo aguardando sentado ahí, como un tonto. Como un hombre que empezaba a entender lo que significaba perder algo valioso.
Ha esas alturas solo le quedaba imaginarse que su Meli se estaba quedando en otro lugar, recordó cada una de las direcciones que aparecía en