Capítulo 41. La huida antes del amanecer
El miércoles, Melisa comenzó a limpiar su escritorio.
Lo hacía poco a poco, sin levantar sospechas. Llevaba una carpeta a la vez. Un libro en la mochila. Un cuaderno como si se lo llevara a casa para trabajar.
Por dentro, cada acto era una despedida silenciosa.
Había enviado un correo a Recursos Humanos, solicitando una reunión para el viernes. La excusa: motivos personales. Lo suficiente para que no generara alarma, pero que justificara la futura renuncia.
Guardaba en su celular los contactos importantes. Eliminaba rastros. Fotos. Correos. Todo lo que la vinculaba con la empresa. Todo lo que podía hacerla rastreable.
Y aún así, cuando pasaba por el pasillo donde estaba la oficina de Sebastián, su corazón se aceleraba. A veces estaba abierta. A veces cerrada. A veces lo oía reír con Daniel. A veces no se escuchaba nada.
Pero no se atrevía a entrar.
No podía.
No debía.
El jueves, al salir, se detuvo en la puerta del edificio y giró la vista.
El cielo estaba anaranjado. Parecía incendiar