62.
Me senté pesadamente en el trono. Aquella mujer había lanzado la puñalada, pero no me dejaría vencer de esa forma. Suspiré profundo y crucé una pierna sobre la otra, fingiendo estar más relajado de lo que de verdad estaba.
— ¿Y qué se supone que significa eso? ¿Y por qué atenta tan abrupta y dolorosamente contra la manada?
— Lo sabes muy bien. Sabes muy bien qué significa.
— Esto es sobre Ángel — dije.
— ¡Esto no es sobre Ángel! — grité con tanta fuerza que todos dieron un salto, incluso ella. A pesar de que estaba ahí enfrentándome, yo seguía siendo su Alfa. Y los instintos que recorrían nuestro cuerpo lo sabían. Esa era mi gran ventaja: que mi poder y mi mandato los intimidaban lo suficiente como para derribar cada argumento.
Pero esto era serio. Porque lo demás eran acusaciones sin fundamento, rebuscadas; en cambio, muchísimas personas de la manada apoyaban aquella secuencia.
— Sabes que es algo que es antinatural, que no debería ser bien visto en la manada.
— ¿Quieres que