En la capilla del funeral, otro escenario se desarrollaba. Rebeca estaba radiante, oculta tras un velo de falsa solemnidad.
Su sonrisa era discreta, pero sus ojos brillaban de satisfacción.
Caminaba entre los asistentes con paso calculado, recibiendo condolencias con gestos hipócritas, fingiendo una tristeza que no sentía.
Sobre las mesas, cuadros con las fotografías de Amancio y Amadeo decoraban la sala, símbolos de una pérdida que ella celebraba en silencio.
A su lado, Benjamín la acompañaba, con la misma expresión de triunfo reprimido. Inclinándose hacia ella, le susurró con voz contenida:
—Pronto todo será nuestro. Muy pronto. Nos haremos ricos, Rebeca. Y cuando nuestra hija salga de prisión, por fin tendremos la vida que siempre soñamos.
Ella entrelazó su brazo con el de él, como una reina recibiendo homenaje.
—Lo sé… —respondió con una sonrisa venenosa—. Todo está saliendo perfecto.
Y mientras los presentes la rodeaban, ofreciéndole palabras de pésame y respeto, ella jugaba su p