Ante mi abrazo repentino, Sergio se quedó paralizado al instante. Después de un momento, murmuró: —¿Me tienes lástima?
—Me duele verte sufrir —corregí.
Sergio se quedó callado y no me devolvió el abrazo, lo que me hizo sentir incómoda.
Estaba por soltarlo en ese momento cuando levanté la vista y vi justo a Carlos no muy lejos.
¿También había venido hoy?
Y Marta, que siempre anda de chismosa, ni siquiera me avisó.
Cuando iba a soltar a Sergio, apreté más fuerte. Él intentó apartarse, pero lo sujeté con fuerza. —No te muevas.
Se quedó quieto y seguí abrazándolo. —¿Hoy también trabajas hasta tarde?
Sergio: —¿Mmm…?
Me puse de puntillas, pegada a su oído: —Extraño tu comida.
Sentí su nuez de Adán moverse junto a mi oído, y un suave: —Mmm….
Todo mi cuerpo se estremeció, y mis ojos se desviaron directo hacia Carlos. Lo vi apretar los puños, su rostro paso de estar pálido a estar rojo al instante, hasta que, con una mirada sombría, se marchó.
Solté a Sergio y cuando iba a decir algo, se oyó a