Así que todo había sido una ilusión, incluso la voz de papá solo había sido una alucinación.
Me habían dejado, hace ya diez largos y tormentosos años.
¿Cómo podría escuchar sus voces?
Me quedé ahí parada, desorientada, mientras el último rayo de luz desaparecía por la ventana y el apartamento quedaba sumido en la más completa oscuridad. Finalmente, la tristeza de haber perdido a mis padres y no poder verlos nunca más desbordó mis ojos.
Esa noche dormí intranquila, soñando de manera constante con mis padres.
Por eso cuando desperté, mi cuerpo estaba agotado, como si hubiera hecho trabajo pesado.
Intenté levantarme con todas mis fuerzas, pero la verdad no lo logré.
En ese momento me di cuenta de que estaba enferma. Me toqué la frente y parecía que tenía fiebre.
—Sasa, ¿ya estás despierta? —sonó la voz de Sergio en ese instante desde fuera.
Intenté responderle, pero mi voz salió ronca y mi garganta me dolía demasiado como si hubiera tragado cuchillas.
No me quedó más remedio que mandarle