—Alejandro, Carlos es un adulto y debe responsabilizarse de sus decisiones —expresé mi opinión.
Ya sea que Gabriel lo eche o corte lazos con él, todo es consecuencia de los actos de Carlos.
—Lo sé, pero me preocupa ver a mi padre y a él de esa manera. Además, si deja la empresa, esto lo afectará —explicó Alejandro.
Esbocé una leve sonrisa:
—¿No estás tú acaso?
Alejandro me miró sorprendido:
—Sara, nunca he pensado en dirigir la empresa, si no, no me habría ido.
Si era cierto o no, solo él lo sabía. No era mi derecho comentarlo. Sin embargo, compartí mi perspectiva:
—Gabriel seguramente tiene sus propios planes para la empresa. Si está dispuesto a que Carlos se vaya, es porque sabe que puede funcionar sin él.
Lo dije con racionalidad y añadí algo aún más práctico:
—El mundo sigue girando sin importar quién falte.
Alejandro se quedó sorprendido sin palabras y sonrió con amargura:
—Mi visión fue muy limitada.
—Alejandro, quizás es porque el cariño nubla el juicio —le ofrecí una salida ele