Me tensé. ¡Rayos! ¿No estaría pensando en hacerlo otra vez?
Vaya con la carne que llama... ¡a decir verdad sí que somos esclavos de nuestros deseos!
Y cuando pruebas el fruto prohibido, ya no hay vuelta atrás - es como una adicción.
Hasta el más estirado y soberbio cae rendido ante estas tentaciones. Ahora entiendo por qué en todas las historias los dioses acaban sucumbiendo a las pasiones terrenales.
Al final, por mucho que nos creamos superiores o civilizados, el amor y el deseo son nuestra mayor vulnerabilidad - ese punto débil que nos hace humanos, demasiado humanos.
Mientras Sergio me besaba apasionadamente, mi mente divagaba.
Hasta que un suave mordisco en mis labios me devolvió a la realidad. Sergio ya me había recostado en la cama y se cernía sobre mí.
Sus ojos brillaban con deseo, su nuez de Adán se movía seductoramente, sus brazos musculosos me aprisionaban a ambos lados.
Era una tentación viviente, y mi cuerpo respondía con sensaciones que se sentían muy bien para decir la v