40. El plan de nochebuena de Dimitri
—Los mataste —repito, como si decirlo en voz alta pudiera hacerlo menos real.
—Te ves pálida —comenta, como si fuera un simple detalle, ajeno a la devastación que siento.
—¡Eres un maldito asesino!
—¡Sí! —grita, con una mezcla de exasperación y desafío—. Era obvio que no iban a venir con nosotros.
—¡Pudiste buscar otra forma de librarte de ellos! —le reprocho, mi desesperación aumentando con cada palabra.
—¡Mis demonios no están para estupideces! —su respuesta es feroz, cargada de una oscuridad que nunca antes había visto tan de cerca.
—Asesino... ——mi voz se quiebra mientras las lágrimas se deslizan, un torrente incontenible de dolor.
Mis manos tiemblan, mi corazón late con fuerza descontrolada, y el miedo es ahora mi única certeza.
Durante el resto del camino, intento desesperadamente aferrarme a cualquier rastro de fortaleza, buscando algún rincón de mi mente que me permita controlar esta tristeza que me consume. Pero es inútil. Mi mente está empeñada en sumergirme en el llanto, una