Mundo ficciónIniciar sesiónLuca no se detuvo. Pasó de largo, con la intención de irse directo a su auto, pero Adriano lo siguió con paso relajado.
—Tienes agallas, te lo concedo —dijo a su lado, mientras bajaban por el pasillo de cristales que daba vista a la ciudad—. Apostar todo en un club de fútbol. No sé si llamarlo valentía o estupidez.
—No es una apuesta —contestó Luca sin girarse.
—Claro que lo es. Y lo sabes.
Cuando llegaron al ascensor, Luca presionó el botón y cruzó los brazos, esperando.
Adriano lo miró de reojo, estudiándolo.
—No viniste preparado a la reunión —dijo, con la certeza de quien conocía demasiado bien a su hermano—. Dijiste que querías llevar a Vittoria de vuelta a la Serie A, pero no dijiste cómo.
Luca apretó la mandíbula.
—No voy a compartir mis planes con gente que solo quiere verme fracasar.
Adriano soltó un suspiro breve.
—No todos queremos verte fracasar.
El ascensor se abrió y ambos entraron.
Por primera vez desde que lo abordó, Adriano sonaba menos crítico y más genuinamente interesado.
—Voy a hacerte una pregunta, y quiero que respondas con la verdad —continuó, apoyándose contra la pared del ascensor—. ¿Sabes lo que estás haciendo?
Luca mantuvo la mirada en los números de los pisos descendiendo.
—Sí.
—¿De verdad?
—Sí.
Adriano lo observó unos segundos más y luego asintió, como si ya hubiera tomado una decisión.
—Bien. Entonces quiero un puesto.
Luca giró la cabeza hacia él, sorprendido.
—¿Un puesto?
—Sí. Si realmente crees que puedes hacer algo con Vittoria, entonces dame un cargo en el club.
Luca lo miró con desconfianza.
—¿Desde cuándo quieres trabajar en un club de fútbol?
—Desde siempre. Solo que nunca tuve la oportunidad de hacerlo desde este lado.
No era una mentira.
Adriano había pasado media vida dentro del fútbol, pero siempre como jugador, nunca como directivo. Desde que se retiró, había estado dando vueltas, probando cosas que nunca terminaban de encajar.
Tal vez Vittoria era la primera oportunidad real de hacer algo con lo que aún le apasionaba.
—¿Qué quieres exactamente? —preguntó Luca, con cautela.
—Director deportivo.
—Eso es mucho.
—No te ofendas, pero creo que sé más de fútbol que tú.
El ascensor se detuvo en el estacionamiento subterráneo. Ambos salieron y caminaron en silencio hasta los autos.
Adriano sacó las llaves de su bolsillo, pero antes de subirse, miró a su hermano una vez más.
—Piénsalo.
Luca no respondió de inmediato.
Adriano abrió la puerta, pero antes de entrar, dejó caer un último comentario.
—De todas las cosas en las que podrías haber fallado, elegiste una en la que tal vez puedas ganar.
Y con eso, se fue.
Luca se quedó parado un momento, viendo las luces traseras del auto de su hermano desaparecer en la rampa de salida.
No estaba seguro de qué pensar.
Pero por primera vez desde que compró Vittoria, sintió que alguien en la familia no lo veía como un niño jugando.
Y eso era un comienzo.
Después de su paso por la empresa familiar, Luca se dirigió al centro de Milán para reunirse con sus abogados y algunos socios. No era la parte emocionante de ser dueño de un club, pero era necesaria.
La adquisición del A.S. Vittoria había sido oficializada, pero todavía quedaban algunos detalles legales que resolver: contratos, acuerdos con patrocinadores, derechos de imagen, cláusulas de inversión. Algunos accionistas minoritarios aún debían firmar la cesión de sus participaciones, aunque la mayoría ya había aceptado la venta.
Las reuniones se extendieron por horas.
Primero con los abogados, revisando cada línea del contrato que lo convertía en el accionista mayoritario. Luego con los asesores financieros, evaluando el estado real de las cuentas del club, que no eran precisamente alentadoras.
El A.S. Vittoria no solo estaba hundido en la Serie B. También tenía problemas económicos, deudas que no podían ignorarse, patrocinadores que dudaban en seguir apostando por un equipo sin rumbo.
Pero Luca ya sabía todo eso cuando decidió comprarlo.
No estaba allí por un balance financiero positivo.
Estaba allí porque creía que podía hacer que Vittoria volviera a ser grande.
Cuando finalmente salió del edificio, el sol ya había comenzado a ocultarse entre los rascacielos. Se aflojó la corbata y respiró hondo antes de sacar su teléfono del bolsillo.
Marcó el número de Adriano.
La llamada no tardó en conectar.
—¿Te lo has pensado ya? —fue lo primero que dijo su hermano.
Luca apoyó la espalda contra el auto, mirando el tráfico de la avenida.
—Sí.
—¿Y?
—Voy a darte el cargo.
Hubo una pausa breve antes de que Adriano hablara otra vez.
—¿Así de fácil?
—No tan fácil —dijo Luca, cruzando los brazos—. Hay condiciones.
—Por supuesto que las hay. Vamos, sorpréndeme.
—La primera es que esto no es un favor. No estás aquí porque seas mi hermano. Estás aquí porque necesito a alguien que entienda de fútbol y pueda ayudarme a construir algo real.
—Bien. Puedo vivir con eso.
—La segunda, no quiero que esto sea solo un trabajo más para ti. Si aceptas, quiero compromiso total. No necesito a alguien que se quede a medias cuando las cosas se pongan difíciles.
—¿Te das cuenta de que estás hablándole de compromiso a un tipo que se rompió la rodilla en un campo de fútbol y siguió jugando hasta que literalmente no pudo caminar?
Luca sonrió levemente.
—Quiero que Vittoria tenga una identidad. Un equipo que juegue con un propósito. No quiero solo sobrevivir en la Serie B, quiero que subamos con un proyecto claro. Eso significa que tú y yo vamos a tener que tomar decisiones difíciles. Jugadores, cuerpo técnico, estrategia de mercado. Todo.
Adriano tardó un momento en responder.
—¿Has pensado en Bellucci?
Luca se pasó una mano por el cabello.
—Sí. Es un entrenador con experiencia, conoce la categoría, pero no va a ser fácil.
—No, no lo será. Bellucci es de la vieja escuela. No le gustan los cambios, y mucho menos los dueños nuevos que creen saber de fútbol.
—Tendré que lidiar con eso.
—Vas a tener que convencerlo de que no eres otro millonario jugando con un club.
Luca se incorporó y abrió la puerta de su auto.
—Por eso necesito a alguien que conozca cómo funcionan las cosas desde dentro.
—Entonces es oficial.
—Es oficial.
—¿Cuándo empezamos?
—Mañana.
—Perfecto —dijo Adriano, y Luca pudo notar una ligera emoción en su voz—. Pero hay algo más que debes saber.
—¿Qué?
—Si crees que manejar un equipo es difícil, espera a conocer a los jugadores.
Luca exhaló, apoyando el brazo en el volante.
—Ya veremos.
Cortó la llamada, arrancó el auto y se dirigió a casa.
Sabía que esto solo era el principio.
Sabía que la parte difícil aún no había empezado.
Pero por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba exactamente donde debía estar.
A la mañana siguiente, Luca se despertó antes del amanecer.







