ZOREN
Así que estos son los famosos gemelos —dice Logan, con esa voz imponente que hace eco en el pecho—. Los increíbles y futuros protectores de Luna Serena. Tengo referencias muy buenas de ustedes. Hace una pausa. Nos mira fijamente. —¿Les interesaría una oferta? Silencio. —Una oferta para proteger... Vyreon. No sé qué me impacta más: la magnitud de sus palabras o la naturalidad con la que las lanza. Volteo hacia Devan. Sé que está pensando lo mismo que yo. Esto es grande. Es lo que cualquier joven lobo soñaría. Estar al servicio de la realeza. Ser parte del núcleo de poder de toda nuestra especie. Pero al mismo tiempo… ¿Y los sueños de nuestro padre? ¿Y los nuestros? ¿Y Amalia? "Amalia". Ella nos dejó en claro que no nos quiere cerca. Que ni lo soñemos. Que somos unos idiotas. Y aun así, no puedo sacarla de mi mente. No solo por su rostro, su presencia... sino por lo que representa. Es fuerza, es fuego. Es destino. Y es la próxima Alfa Suprema, lo sé. Aunque nadie lo haya dicho en voz alta todavía, aunque no haya habido una mujer en ese puesto nunca. Ella lo será. Lo veo en cómo todos la rodeaban está noche, como moscas atraídas por la luz de una hoguera. Por su poder, no solo por su cuerpo. Y ahora... ¿trabajar en Vydeon? ¿Con ella? —¿Y cuál sería la oferta real que nos propone, Alfa Logan? —pregunta Devan, como si no supiera lo que acaba de hacer. El Alfa sonríe de lado, tranquilo, seguro. —No se quejarán, chicos. Saben muy bien ustedes, como todos los miembros de la Hermandad... Que entrar en Vyreon y trabajar para mí siempre será lo mejor. Los espero mañana. Muy temprano. ¿QUÉ? ¿Qué acaba de pasar? Miro a Devan como si acabara de vendernos por una bolsa de carne. — ¿Qué demonios has hecho, idiota?— susurro para nosotros.. — ¡Nada yo solo pregunté! Los Alfas empiezan a salir. Primero Logan, luego los demás. Me cuesta contener la rabia. Camino a casa con los puños apretados, y en mi cabeza solo hay una frase: Voy a matarlo. —Por favor, cálmate Zoren —dice Devan como si nada—. Mañana nos excusaremos. Solo fue una pregunta, él lo interpretó como quiso. Tú mismo dijiste que somos libres. ¿O es una obligación ahora? Claro. Libres. Tan libres como un lobo atado a una correa de oro. Son las siete de la mañana. No he dormido nada. Tampoco le dije nada aún a Amalia. Nuestro padre parece estar celebrando. Está convencido de que esto es lo mejor. Mamá ha preparado desayuno y... maletas. ¡Maletas! —Por favor, cálmate mamá. Padre, esto es un malentendido —digo, intentando mantener la calma—. Saben que no he querido irme nunca a Luna Serena. Quiero quedarme aquí. Con Amalia. Con ustedes. Mi vida está aquí. Pero mi padre me abraza. Me mira como si supiera algo que yo no. —Hijo, si el Alfa Logan te tiene entre ojos es porque ya te estudió. Ya te analizó. No te dejará ir así nomás. Solo puedes negociar. Servirle una temporada. Es la única forma de regresar. ¿Negociar? ¿Servirle? —¿Qué? ¿Ahora somos peones al antojo de un Alfa Superior? Las palabras me salen con un tono que rara vez uso. Frío. Enfadado. Pero es que esto ya no tiene lógica. Esto no es libre albedrío. Es una trampa envuelta en gloria. A la hora indicada, estamos frente a la gran puerta del Alfa Logan. Nos recibe un hombre alto, de porte militar. Su presencia impone. —Jóvenes Old Growht. Síganme, por favor. Nos lleva por pasillos interiores, hasta unos salones para soldados. Ya no está el Alfa. Solo él. —Soy el Beta Denis. Líder del escuadrón de élite de Vydeon. Espero que hayan traido sus cosas. —Beta Denis… —me armo de valor—. Es sobre aceptar el puesto. Queríamos hablarlo. Él ríe. Una risa seca. No divertida. Una advertencia. —¿Qué pretenden, muchacho? ¿Aceptar o no aceptar? A mí no me interesa. Solo tengo órdenes. Ustedes ya fueron enlistados. Si no vienen por las buenas, lo harán por las malas. Como guerreros. O como prisioneros. Ustedes deciden. Me quedo helado. —No sé qué le hicieron al Alfa Logan… o a al Alfa Onyx. Pero su caso es particular. Piensen bien lo que hacen. Ni cuarenta minutos después, estamos subidos a unas camionetas. Salimos escoltados como si fuéramos criminales de guerra o valiosos príncipes. No pude ni despedirme de Amalia. No sé si ella sabrá que me fui. No sé si le importará. —Toda esta m****a es tu culpa, Devan. Tú y tu maldita bocota —le espeto. —¿Yo? ¡Tú me dijiste que no me preocupara! —se defiende. —¡Te lo advertí! ¡Me lo habían dicho! Lo miro. Me mira. Dos lobos encadenados a un destino que no elegimos. Dos hermanos cargando un nombre y un legado más pesado que nuestras propias decisiones. Y aunque no lo diga, siento miedo. Miedo de lo que viene. Miedo de lo que dejé atrás. Miedo… de volver a verla. Llegamos a Vydeon, después de largas horas de viaje, la camioneta finalmente se detiene. Frente a nosotros, se alza un portón inmenso, tallado con símbolos ancestrales y coronado por un emblema de plata: el lobo alado de Vydeon. Es hermoso. Imponente. Y francamente intimidante. Desde el auto delante de nosotros, ella baja. "La alfa mi compañera". Como si el mundo se detuviera solo para que yo la viera. Camina con paso firme, sin mirar atrás, directo hacia el bosque que rodea el complejo. Su cabello oscuro vuela con el viento. Su espalda, recta. Sus hombros, tensos. Como si cargara algo mucho más pesado que su propio destino. Y luego desaparece entre los árboles. Yo apenas respiro. Nuestro vehículo vuelve a avanzar. No sé si me dolió más verla... o no poder llamarla. Vydeon no es una manada como la imaginé de niño. Es otra cosa. Una ciudad. Un reino escondido. Tecnológica, inmensa, viva. Los paisajes son sobrecogedores: montañas cubiertas de bosque antiguo, ríos cristalinos que bordean construcciones modernas de cristal y acero. Torres, puentes, cúpulas. La seguridad es extrema. Las patrullas, visibles. Todo está controlado, pero de forma elegante, casi invisible. Como un poder que no necesita alardear. Al llegar al corazón de la ciudad, lo inimaginable se despliega ante nosotros. Edificios inteligentes. Casas con techos verdes y paneles solares. Escuelas especializadas. Centros médicos universitarios. Empresas de desarrollo. Laboratorios. Todo lo que jamás tuvimos en Luna Serena... y más. Nos llevan directo a la casa principal. O al batallón. En realidad, aún no sé cómo llamarlo. Cuando bajamos, siento algo parecido a la alegría: no estamos solos. Otros chicos de Luna Serena también han sido reclutados. Algunos conocidos, otros apenas rostros familiares. Pero verlos es como una cuerda en medio del naufragio. Una pequeña ancla de cordura. Nos guían hasta los dormitorios. Parte oeste de la mansión. Las habitaciones son dobles, con baño privado. Muebles sobrios pero de calidad. Todo huele a madera, limpieza… y control. Por lo menos hay privacidad. Un hombre uniformado, de rostro severo pero voz clara, se detiene frente a nosotros en el pasillo. —Jóvenes, tienen tres horas para descansar. Luego, en el ala oeste encontrarán el comedor principal. Los horarios están pegados en la misma sala. A las 8 en punto de la mañana —hace una pausa, mirando a cada uno como si pudiera leer nuestras mentes—. Los espero para su inducción. Y se va. Tan simple como eso. Como si mañana no fuera el comienzo de algo irreversible. Dejo mi bolso a un lado y me siento en la cama. Por primera vez en todo el día, me permito cerrar los ojos. Pero mi mente sigue allí, en el portón. En ella. En el bosque. ─────────────────