45.
CHRIS
Me despierto antes de que la casa lo haga. No es una alarma ni un ruido lo que me arranca del sueño, es una sensación antigua, un reflejo que nunca se fue del todo desde que me convertí en padre: la certeza de que alguien depende de mí incluso cuando duerme. Abro los ojos y durante unos segundos no me muevo. El techo está quieto, la luz todavía es gris, temprana. La casa respira despacio, como si también estuviera dormida.
Escucho.
Nada urgente. Nada roto. Nada cayendo.
Eso ya es una victoria.
Me incorporo con cuidado. Camino descalzo por el pasillo, atento a cada sonido, como si temiera despertar no solo a Sophie, sino a esta frágil paz que se instaló anoche sin pedir permiso. Paso frente a la habitación de huéspedes. La puerta está cerrada, pero sé que ella está ahí. No necesito verla para sentirlo. Hay algo distinto en el aire cuando Sophie duerme bajo mi techo. No es nostalgia. No es recuerdo. Es presencia.
Sigo hasta la habitación de mi hijo.
La puerta está entreabierta. Em