SOPHIE

La veo.

Y el mundo, así de simple, se detiene.

No es un silencio físico. Las voces siguen, los pasos continúan resonando sobre el mármol, las hojas de papel todavía se mueven con ese crujido seco y nervioso. Pero dentro de mí todo se inmoviliza, como si alguien hubiera presionado un botón invisible que sólo existe en mi pecho.

Es ella.

Carrie.

No ha cambiado tanto como yo esperaba… y sin embargo, tampoco es la misma. Hay algo en su rostro —una línea nueva cerca de su boca, una dureza más asentada en su mirada— que no le recuerdo, pero que no me sorprende. Lo que sí me golpea es lo familiar de su presencia. Esa forma de ocupar el espacio como si le perteneciera. Como si todo, incluso este edificio repleto de leyes y consecuencias, fuera apenas un escenario más para ella.

Mi cuerpo reacciona antes que mi mente.

Siento mis músculos tensarse. Mis dedos se enfrían. El corazón empieza a latirme no rápido… sino pesado, como si cada latido tuviera peso propio, como si